viernes, 13 de septiembre de 2013

Finalista en el Primer Certamen de microrrelatos "Sucedió en la feria"





Juan Carlos, que siempre fue de aquí, ponía fin a cada día de feria con una copa de menta y un trago fresco del botijo. Lo disfrutaba en un puesto de turrón sujeto a la cuerda ferial.  La casualidad nos convirtió en amigos y el paso de septiembres nos consagró en compadres.

Él fue quién me introdujo en la carrera del toro de Barrax y en el sosiego del caldico reparador. No nos hacía falta más gente, los dos en cuadrilla encontrábamos las risas y consumíamos las horas.

Un año, sería finales de los setenta,  como siempre que nos juntábamos  iniciamos la tarde tirando a los monos y en la segunda ronda, la fortuna nos halló,  derribamos los tres necesarios para conseguir la recompensa más preciada, ¡un  perrito piloto!  Lejos de ser un estorbo se convirtió enseguida en nuestro camarada, la cuadrilla era de a tres, a cada caseta que íbamos requeríamos tres cervezas, o tres bocadillos, o seis miguelitos. Lo más extraño de todo es que a nadie le parecía extraño, ni siquiera cuando nos dirigíamos al perrito pretendiendo que abonara su  ronda.

La gente que estaba sentada a nuestro lado terminaba también hablándole, preguntándole  cómo llevaba la feria o advirtiendo de los peligros de la bebida si pilotaba, y nosotros, compartiendo la risa, contestábamos moviendo al can como una marioneta, simulando con vocecillas en falsete algún ingenio perruno.

¡Cosas de feria!


 Este año, como siempre, el primer día terminará con sabor a menta.

domingo, 8 de septiembre de 2013




Un día de feria, siendo niño, mi madre se encontraba en reposo por problemas de las dichosas varices y al terminar mi ronda guardé algo del presupuesto para comprarle una bolsa de almendras dulces. Las encontré de tres tipos, a saber, garrapiñadas, peladillas y de turrón.
Le regalé las que más le gustaban, como a mí, las de oblea rellenas de turrón.
-          ¡Mira madre lo que te he traído!
-          ¡Qué bien hijo, que te hayas acordado de tu madre!
Y dándome un beso las guardó con ternura en su mandil.
A partir de entonces, cada año, sin necesidad de reposo ni vendas repetía el gesto.
Pero un día – ¡ya había nacido mi hija! - al llevarle mi bolsa feriada, se encontraba en la terraza con mis hermanas y al dársela, les dio por reír.
-          ¿Pero qué pasa?
-          Aún no te has dado cuenta, despiste, que a tu madre le gustan las garrapiñadas.
-          ¿No es verdad, a qué no?
-          Si hijo, pero no pasa nada, lo que importa es la intención
-          ¿Y por qué no me has dicho nada?
-          Las traías con tanta ilusión…
Echamos risas y besos con bullicio de bandas.

Ya han pasado varios años de aquello y en la última feria, le dije a mi sobrino Fernando que le comprara a su abuela una bolsa grande de almendras de turrón.
Se presentó con ella y le preguntó, con inocencia fingida.

-          ¿Te gustan abuela?