viernes, 13 de junio de 2014



Me levanté de la mesa y le di un beso sonoro a mi hija.

Estábamos tomando en la terraza de Ópalo, una cafetería con tres sillas sentadas en forma de esquina. Charlábamos mientras presentábamos sonrisas nuevas, almas y ojos. Con Carmen da gusto hablar porque siempre le pasan cosas que sabe que le pasan y las cuenta fácil y esperando. Y en eso íbamos, comentando los vaivenes de los amigos, los desamores respetuosos de cada cual, la pobreza tendida en las  esquinas,  de como  en  la noche de ayer que me fui a Madrid a las 4 de la mañana y que me encontré a un marroquí durmiendo en un cajero del BBV - qué ironía tan repetida- , y esas cosas de la vida. Entonces recordó, como una tarde de viernes, al mendigo que siempre daba los buenos días en la puerta del super "La despensa", su amiga Ali y ella, le prepararon unos espaguetis.
 Me levanté de la mesa para darle un sonoro beso y seguimos hablando, otro rato más, con la sonrisa manchada de tomate.


2 comentarios:

  1. No hay duda, cada vez os parecéis más.
    Carmen (la otra!!)

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