jueves, 9 de octubre de 2014

Mago



Se llama "El Sol", un restaurante situado en una cuesta/calle que muere en la plaza del Sol, donde se encuentra el depósito del Sol. ¡Uff, qué calor!.  Lo han vuelto a abrir después de cinco años, ahora le toca el turno a un hijo, con nuevas ideas,  que intenta dar cuerda a su propio reloj, una nueva historia con la misma  salsa en la tortilla.

Pasé por casualidad, son calles que me suenan a mi pueblo, calles solas y blancas, y entré a curiosear las sombras mientras me bebía una caña y compartía la tapa.  El camarero me  recordó de un día que era yo quien me sentaba detrás de la barra administrativa, un camarero que no paraba de hablar y añorar los platos y los consejos de su padre y que consiguió lo que buscaba. Me vendió el menú del día siguiente, costillas al horno y bebida, 5,50. Le compré dos.

Al día siguiente,  miércoles, a eso de las dos y media, me senté con mi hijo en el pequeño comedor vacío de la planta baja, elegimos la  mesa que miraba por la ventana- me gustan las ventanas de los bares. Al poco de servirnos los huesos quedaron, bien pelados, al lado izquierdo del plato esmaltado  y de las patatas panaderas solo había restos de harina en el mantelito de papel azul.

Mientras los cafés lentos se enfriaban Gabriel se sacó una baraja calmada de la manga  y me sorprendió con varios trucos: volvía las cartas sin tocarlas, adivinaba el futuro en los ases y me hacía soñar al vuelo de picas y tréboles.

La baraja se la regaló Elena (sin hache) el día de su vigésimo cumpleaños. Al parecer es de mago moderno y solo obedece a los sortilegios con besos informáticos.  Entre los dos le llenaron la batería y le brilla la magia.


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