sábado, 26 de octubre de 2013

De El Burgo Ranero a León



Fue en la última etapa - este año la intención era  ir de Logroño a León - y cada vez que repasaba en la agenda los 37,1 últimos kilómetros que debería recorrer, resoplaba.
El Camino es voluntario, la distancia es una posibilidad, son suficientes dos pasos para hacer camino, lo sé y me lo repito, con la planificación solo disimulas el azar, si no entraba a León a pié este año, puede ser otro, lo importante no es llegar, es entretenerse, ver, mirar, oír, escuchar,  andar y seguir. He  charlado con la gente que se  cruzaba, en Castrojeriz con un señor que confesó más de ochenta años y resultó que los dos conocíamos  a Parra y a ´Delfina, en la iglesia de Castildelgado  Carmen contó la historia de San Vitores ( un santo con la cabeza cortada) y de su pueblo, y del Caramerelo de Villovieco ya he dicho algo. Ahora pienso que no me entretuve lo suficiente.

Ese último día me levanté más temprano, para empezar en cuanto el amanecer lo permitiera. Las primeras flechas amarillas, en El Burgo Ranero, las busqué con una pequeña linterna que me regaló mi amigo Isidoro.

sin amanecer,
en el paseo de plátanos
luz de linterna

Los primeros kilómetros fueron vigorosos, iba restando en cada hito los que iban quedando atrás entre pensamientos y tierra labrada. El día fresco y sin lluvia. acompañaba.

Al cruzar por un  gran puente medieval en Puente Villarente, la guía eroski indicaba que llevaba 25,3 kilómetros recorridos, allí me encontré con Maicon, un brasileño de 58 años y pequeña barba blanca con el que hablé en repetidas ocasiones en estos días y que muchas noches susurraba cancioncillas con sabor y ritmo de su país mientras estaba tumbado en la litera y se arrebujaba en su saco.

luna de octubre,
melodías de Brasil
suenan a nanas

- Maicon, me quiero despedir de ti. Este es mi último día. Llego a León y me vuelvo para Albacete. El año que viene, si puedo, llegaré a Santiago.

Vino hacía mi y me dio un emotivo abrazo. Nos despedimos deseándonos fortuna y buen camino en la vida.

A poco más de un kilómetro paré en un restaurante-albergue. Pedí un bocadillo de salchichas y una cerveza.  Salí  a la terraza, allí podía durante unos minutos quitarme botas y calcetines, airear los pies, ver el campo y saludar peregrinos.

Llevaba dos tragos y un bocado cuando llegó Maicon con un compañero que no era el que caminaba a su lado en otras etapas. Me alegré de verlo, al fin y al cabo, ya me había despedido y  era un reencuentro.

- ¡Qué alegría verte!, pensaba que te alojarías en el anterior albergue.
- No sé, mi compañero Ibrahim, no puede más, le duelen mucho los pies y no quiero dejarlo solo, es su aniversario.
- ¿Aniversario de qué? - le pregunté
- ¿Cómo se dice en España?... Cumpleaños. Cumple cuarenta y tres. Es palestino, viene de Jerusalén.
 Ellos también se pidieron unas cervezas y algo de picar, la cara de dolor del jerosolomitano lo envejecía.

Transcurridos dos tragos y sonrisas más llegó Talana, una chica de cabello negro que vivía en una preciosa llanura en Sudáfrica;  se unió al grupo.
Y por último se acercó un joven, vegetariano y sonriente americano que, apoyado en su bordón, compartía la charla tocando su sombrero vaquero de cuando en cuando.

Maicon me contó que siempre llevaba un santo con él, sacó un San José y unas medallitas de un pequeño bolso y me fotografió con él como recuerdo. También me habló de como  filosofaba de la vida y cómo la  dividía en cuatro etapas igual que las fases lunares, que las mareas o que las estaciones del año.

El americano le preguntó que si llegaría a León, él dijo que estaba muy fuerte de piernas y de espíritu, pero que no quería dejar solo a Ibrahim en un día tan especial.

No estoy seguro de quién fue el primero - posiblemente Maicon - pero alguien empezó a cantar cumpleaños feliz y todos le seguimos sin pudor ninguno, cada uno en su idioma. El palestino sonrió por primera vez desde que llegara y nos pidió un bis para grabarlo en el móvil.

Hasta llegar a la catedral de León, si me sentía cansado, tarareaba "cumpleaños feliz".








viernes, 18 de octubre de 2013



En Villovieco,
también da zanahorias
el caramelero.

Camino de Santiago



De Boadilla del Camino a Carrión de los Condes van veinticuatro con siete kilómetros a pie - no lo escribo con número para que se le de la importancia que merece el kilometraje.

Cuando el día empezaba a cansar los pasos se cruza por el término de Villovieco, se pasa por un andadero  que acompaña a la carretera demasiado tiempo. En una huerta, un Santiago Peregrino y una pequeña cruz me llamaron la atención, me acerqué y apoyándome en el bordón realicé una fotografía,  en ese momento, sale de entre los árboles un anciano alto y fuerte con una azada en la mano dando gritos y corriendo hacia mi.

- ¡ehhhhhh, ehhhhhh, ehhhhh!

Instintivamente sujeté fuerte el bordón con la mano derecha y miré alrededor por si había pisado algún cultivo o se me escapaba la causa que pudiera originar las voces, las prisas y los movimientos de manos.

El anciano suelta la azada en el suelo (uffff) y yo  aflojo el bordón - la cosa no será para tanto -

- ¿ Te gusta el Santigo?
- Claro, por eso le he hecho la foto. Es muy original (¡para decirle que era feo teniendo la azada a tres pasos!).
-  ¡Ahí dentro tengo dos peregrinos!, ¿Quieres pasar a verlos?
Yo me pregunto para que voy a querer ver a dos peregrinos, en el camino hay muchos. No lo entiendo.
- Déjelo buen hombre. Voy a seguir camino.
- Pasa - me insiste - que te van a gustar.
- ?
- Tengo a un chico y a una chica.
- ?
- La chica es rubia, y al chico le he echado aceite de motor
-?????? (Será el cansancio, no entiendo nada)
La prudencia me sugiere que siga pero... puede más la curiosidad.
Enseguida me señala a la derecha y me dice
- Este lo hice con el tronco de un almendro borde y a la chica con un madero que encontré en el monte.
¡Ahora lo entiendo!
- Al chico le di aceite de tractor usado y ha quedado algo negro, a la chica le di aceite limpio y le puse el pelo rubio para dar un homenaje a las rubias.

- Toma unos caramelos y unas zanahorias, me llaman el Caramelero de Villovieco.
- ¡Buen hombre! Es un gesto muy noble y de agradecer,  pero no llame a los peregrinos con la azada en la mano.

Se rió.





luna creciente,
en los nidos de cigüeña
los gorriones