miércoles, 31 de diciembre de 2014

Alembrar


Treinta de diciembre, no veo la luna, saldrá más tarde sin importarle el crotorar del frío. El día ha sido largo, en la sala de espera de un hospital el tiempo también espera. Llego unos quince minutos antes de que salga el tren, miro las huellas que los saltamontes dejaron en los ladrillos cuando yo era un crío. En la taquilla expendedora se ve la bandera de España a la izquierda y una foto descolorida de los reyes abdicados al frente. Me acuerdo de Llanos (la Guillén) y sonriendo le mando un mensaje con retranca, ella me devuelve el pagaré de un abrazo y un recuerdo para el jefe monárquico de la estación.
Paseo el andén para entretenerme de la noche helada; la Cantina la derribaron hace mucho pero siempre noto el hueco que dejó  con un cierto sabor a gaseosa de naranja, también ha desaparecido el jardincillo de al lado que se adornaba con caracoles. Veo la Fonda, otra,  la de mi recuerdo, con la casa del tío Pablo arriba - un hombre de brazos fuertes  y ojos alejados - con las cajas de champiñones apiladas en la puerta y galgos afganos en los balcones.

Y más melancolía; de una escalera blanca, de un pasillo con números, de montones de cebada, de lumbre con olla en la chimenea de la entrada, de revoltijo de primos y tíos, de casi primos y  de casi tíos, abuelos y de silbatos del "Correo".

- No todo ha cambiado, ¡los trenes aún siguen llegando tarde!

 Otra vuelta al anden. Los aseos antiguos están censurados y hoy observo por primera vez que la fábrica de harina es "harina de maíz".

Ya llega el Alvia para recoger a una pocas  almas noctívagas y heladas, y me pregunto: ¿a quién dejaré mis recuerdos?


lunes, 22 de diciembre de 2014

José Luis Parra



"Cinco poetas en otoño"; antes me parecía un buen momento para los poetas, ahora el otoño es menos de hojas y versos y más de manchas de piel  y camino.  En el 2009 andaba en busca de palabras para encontrar las mías.
 Los poetas han sido mis héroes preferidos y los sigo viendo así - a muchos - y desde crío he jugado a eso, a ponerme una capa mágica y escribir en surcos.  Cuando vi/oí a José Luis Parra sentí enseguida su voz de villano, llevaba unos adminículos dorados para leer su vida que, la contaba primero en prosa de café y luego en verso de humo. Nos gustó a todos los que fuimos, aunque todos no éramos muchos. Disfrutamos, nos conmovimos atentamente y salimos sonriendo, felices de estar en otoño.
Me prometí comprar algún libro suyo, pero he tardado, ¡perdón!. Ahora leo Caldo de Piedra,

...
la resaca de un hombre inútil
para la vida. Breve vida
que comienza y termina con el aire.
...
y recuerdo en cada página la tarde que conocí a un héroe con gesto de quijote.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Pedro



Veo el rosicler del amanecer por la ventanilla izquierda mientras giro buscando el oeste, el camino al cementerio lo dejo en otra melancolía, a la izquierda. Me gusta esa palabra, rosicler, útil  solo para un momento y le encuentro leve sabor a chicle de fresa.

El resto del trayecto dejo la madrugada en el retrovisor y  me vienen momentos compartidos con un compañero que se jubila, Pedro. Cuando empecé a trabajar me estaba esperando y me dio un consejo: "trata al pensionista como si fuera tu padre" - lo intento Pedro - y después me adivinó  la colonia que llevaba, cosa que hacía de vez en vez a pesar de que cambiaba con cierta frecuencia para trucar su truco,  por un tiempo pensé que era como Anthony Blake. Sé más cosas de él que no voy a contarlas, se quiere ir en silencio, saltar de la balanza sin que se note que hay menos peso, tal vez para que no nos demos cuenta que todos nos morimos  un poco cuando un compañero se jubila.

Hasta hace un rato pensaba que el desvelo de hoy sería inútil. No me gusta esa palabra,  me arañan un poco el corazón, pero la estoy disfrutando a mi manera.

Sigo mirando por el retrovisor. El viaje es corto, el tiempo pasa rápido aunque respete el límite.
Me arrepiento de lo dicho unas líneas antes,  os cuento alguna cosa más.  Pedro lleva un pañuelo a juego con el humo del cigarrillo y con la cazadora, lo hace discretamente, andando por el bordillo de la acera, con una elegancia sutil - es elegante hasta para bajar la basura. El pañuelo lo lleva a mano para la lágrimas que se le caen  con frecuencia, bajo sus gafas azules,  creo que es más un problema de corazón que de lacrimal, aunque él no lo sepa.

Conoce las circulares de cómputo recíproco y  la correcta utilización de la pimienta de Guinea en los guisos y le hace falta tiempo, como a Antonio López, para buscar el último rayo que sombrea la ventana y más.

Al entrar a La Roda, aún huele a vino de septiembre. Aparco el coche en el paseo de la Estación, una última mirada por el retrovisor. Amanece, ahora queda todo el día por delante.


A mi amigo Pedro Rovira.





martes, 2 de diciembre de 2014

Buenos días.


El día no comienza siempre a la misma hora, hoy me he levantado temprano, a las 5, tal vez un poco antes, disfruto en la madrugada, en la madrugada nocturna comienza los mejores días que da tiempo a todo, leer algún verso triste de Follas Novas, ver los mensajes del facebook, oír las mismas noticias mientras sale el primer café, recordar la luna partida de la tarde que se mezclaba con las nubes, jugar a tonterías como un crío, tal vez escribir.

Antonio me dijo que tengo abandonado el blog - gracias - y el sábado también me lo recordó mi hija - un beso cariño - .

Un blog es como hablar en la intimidad de la barra de un bar, no sabes si te escucha el camarero, una rubia que pasa por ahí, alguien que asoma la cabeza buscando oxígeno o solo la copa tintineante de la mano. Y a veces callas, sin pensar en el silencio, porque las hojas del otoño caen siempre de la misma forma y sigues disfrutando del otoño, porque el final de los primeros versos son ellos mismos mientras respiras, porque piensas en una melancolía con demasiada agua, o porque a los momentos felices no les encuentro un buen final.



martes, 21 de octubre de 2014

jueves, 9 de octubre de 2014

Mago



Se llama "El Sol", un restaurante situado en una cuesta/calle que muere en la plaza del Sol, donde se encuentra el depósito del Sol. ¡Uff, qué calor!.  Lo han vuelto a abrir después de cinco años, ahora le toca el turno a un hijo, con nuevas ideas,  que intenta dar cuerda a su propio reloj, una nueva historia con la misma  salsa en la tortilla.

Pasé por casualidad, son calles que me suenan a mi pueblo, calles solas y blancas, y entré a curiosear las sombras mientras me bebía una caña y compartía la tapa.  El camarero me  recordó de un día que era yo quien me sentaba detrás de la barra administrativa, un camarero que no paraba de hablar y añorar los platos y los consejos de su padre y que consiguió lo que buscaba. Me vendió el menú del día siguiente, costillas al horno y bebida, 5,50. Le compré dos.

Al día siguiente,  miércoles, a eso de las dos y media, me senté con mi hijo en el pequeño comedor vacío de la planta baja, elegimos la  mesa que miraba por la ventana- me gustan las ventanas de los bares. Al poco de servirnos los huesos quedaron, bien pelados, al lado izquierdo del plato esmaltado  y de las patatas panaderas solo había restos de harina en el mantelito de papel azul.

Mientras los cafés lentos se enfriaban Gabriel se sacó una baraja calmada de la manga  y me sorprendió con varios trucos: volvía las cartas sin tocarlas, adivinaba el futuro en los ases y me hacía soñar al vuelo de picas y tréboles.

La baraja se la regaló Elena (sin hache) el día de su vigésimo cumpleaños. Al parecer es de mago moderno y solo obedece a los sortilegios con besos informáticos.  Entre los dos le llenaron la batería y le brilla la magia.


jueves, 21 de agosto de 2014

Mus borde




En un mano llevaba duples y en la otra un ron con coca-cola, estaba sentado para un lado, como si le faltara aire.  Desde que me cambié de código postal no lo había visto y ahora, algunas cosas más había mudado de sitio, como que siempre llevo un Camel azul en el bolsillo y los botones de la camisa tensos.

Iba prevenido para aguantar a que, como siempre, me estrechara la mano con saña y, mediando solo unas cortesías se entretuvo contándome la historia de su hermano:

- Mi hermano - Jose - llegó a una edad que engordó y desde entonces está hecho un gordaco.

(fin de la historia)

A continuación me recomendó que comiera menos y ahorra dinero en copas.

Cuando recibo un consejos primero veo la cara y después la sintaxis;  no me gustó nada.  Solo acerté a excusarme de mi mismo con palabras entre lánguidas y culpables que al rato te arrepientes de haber dicho. Y perdí el mus.

A partir de eses día nos cruzamos con más frecuencia por la calle y sentía como medía mi evolución abdominal. Pero solamente nos decíamos adiós y sonreíamos de mentiras.

Ayer volví a compartir reyes y tapete y me refirió nuevamente la vida de su hermano el gordaco.

Tal vez por que ahora era yo el que sostenía unos duples altos le dije:

- ¿Sabes?, yo conservo un amigo desde crío y siempre estuvo muy delgado, pero cuando empezó a trabajar engordó muchísimo. Luego se echo novia y volvió a adelgazar, pero después del primer embarazo cogió otra vez la talla XXL. - tragué un buen sorbo de Cutty Sark, para repensar la continuación - ¿y sabes?... Tanto, flaco como delgado, era un capullo.

Esa tarde la partida la gane yo.






lunes, 11 de agosto de 2014


En ventanilla - siempre existirá  una ventanilla imaginaria - se repiten los papeles y las bocas, aunque cada uno arrastra su adn. La Seguridad Social  no nos deja entrar en la vida de nuestros clientes,  cada vez nos aleja más de ellos midiendo tiempos de espera y parapetándonos con ordenadores y servicios "hágaselo usted mismo si sabe"( y que llaman servicios "en linea"). Un día de estos cuando presenten una solicitud de subsidio de maternidad  preguntaré cómo le ha ido el parto, si le costó mucho quedar embarazada, cuánto pesó al nacer, por qué le ha puesto ese nombre tan extraño a la criatura  y esas cosas que se pueden hablar con descaro neutral en un tren o en un velatorio.
Esta mañana ha venido Carlos, un muchacho nacido en Murcia, con acento de allí y nervios en la manos. Me ha contado sus asuntos levemente, como cayéndose, me ha dicho que estuvo en un centro tres meses el año pasado, que es maestro melocotonero, que trabaja todos los días de la semana y que quiere otra oportunidad en su vida. Había mucha gente esperando, solo le he recogido sus solicitudes timbradas mientras imaginaba su historia, y pulsaba el timbre de que pase el siguiente.
Esta tarde sigo rosigando en su pasado.
¡Qué pena que no compartamos algún viaje o algún difunto!

sábado, 2 de agosto de 2014



Su marido se fue temprano, este fin de semana libraba de cafetería y se iba a Jerez con su moto reciente. Lola, Loli para su familia y algún espíritu en forma de niña, optó este año por esperar. Escuchaba como se preparaba el café y se mudaba a motero, respetando el pacto de ausencia de enfado, pero tampoco le salía la sonrisa en el guiño de los ojos.
Agustín entra al dormitorio para darle el beso de despedida, ese que te da o te quita remordimiento, la ve de espaldas, el cabello rubio y las uñas bicolor contrastan con la sábanas nuevas. Se acerca y, reclinándose con la rodilla apoyada en la cama, la besa suave y despacio, suficiente para no obligar al despertar - si no quiere-.
A Lola no le agrada la soledad de viernes a domingo, una soledad de disgusto gastado. Oye la puerta como se cierra dejando un suspiro por el pasillo. Es todavía de noche, aunque no tiene sueño no se levanta, es demasiado temprano para todo.  Mira por la ventana los destellos de las luces nocturnas y nota el silencio. Pero, un chasquido le hace prestar atención, escucha unos pasos en el pasillo, no ha sentido la llave, ni el abre/cierra de la puerta. Llama a su marido con voz limitada y desentonada. Son unos pasos apagados, sin disimulo pero sin eco, como si anduvieran cerca y lejos simultanemente.  La piel es la primera en intuir, se eriza, se prepara, un escalofrío hace que se arrebuje sin dejar de sujetar la almohada.
No es la primera vez, le viene la herencia de madre y padre.
Los pasos cesan. Ahora siente que la observan, la nuca está desprotegida. Cierra los ojos apretando los temores  y nota el corazón como se acelera, como golpea, casi en la garganta. Sigue quieta, más quieta.
Algo/alguien comienza a moverse. Se acerca, se tumba en la cama.  Solo piensa en no sentir el abrazo.
No hay nadie, no hay nadie, no hay nadie. Repite la letanía.
Pasa el tiempo, con esa lentitud eterna que se pronostica en el purgartorio.
Sabe que debe volverse, que se ha enfrentado en otras ocasiones a sensaciones similares y la única forma de poner el final es mirar cara a cara, de buscar otros ojos.  Pero en esta ocasión la presunción es mas fuerte y fría. ¿y si hoy es de otra manera?
A su padre tampoco le gusta ver sombras, es un destino del que no predica, pero lo acepta. Se promete en  contar de diez a cero y se vuelve.
Diez, nueve, ocho, respira, siete, seis, cinco, nota la mirada, cuatro, tres, sabe que está cerca, dos, uno... yaaaa.
Nadie.
Lo sabia.
Se levanta de un salto. Sin saber por qué  abre las ventanas y se escapa una ráfaga de aire.
No ha sido nada. Se toma un té y una tostada en la cocina, sin sentarse.
Alguien ha venido otra vez,¿ para qué engañarse?. Posiblemente en la  próxima  ocasión encuentre sus ojos.




sábado, 12 de julio de 2014


Estábamos sentados en la estrecha terraza de un bar de barrio recuperando el equilibrio de líquidos y temperatura después de una larga caminata en una tarde de julio.  Dos jarras frías y unas papas con mejillones eran suficientes para llenar la mesa. Ella echaba miradas al humo de un  cigarro cuando se fundía con  la penumbra del bordillo, yo suspiro, ¡llevo varios meses sin fumar de nuevo!. Conversamos de cosas, nuestras cosas o de otros, saludamos a un amigo rodeado de sus dos amigos y pedimos  otra ronda, ahora de vino y casera con hielo abundante. Se van encendiendo las farolas.

Un señor, con una delgadez caída, golpea suavemente la ventana del bar, acerca la cara ennegrecida a los cristales protegiéndose con la mano, a modo de visera, de los reflejos. Insiste sin nervios y se sienta en la mesa de al lado, quedando a mi espalda.
Me da la sensación que lleva algo en el hombro derecho.  El camarero sale y lo saluda por su nombre mientras le sirve una cerveza sin vaso.
 Nosotros a lo nuestro, comentando las fatigas y las alegrías de la vida. En algún silencio oigo que habla sin parar  y me pregunto susurrando si no venía solo.  Me vuelvo con un disimulo torcido y observo que  lleva en el hombro un periquito.

Sin querer evitarlo y faltando a la cortesía aprendida pongo oído a tramos de sus diálogos.

- Tú ten cuidado, que si no, ¡zas!, te hago el cuello y dejas de volar, sí, como te lo digo, sigue así y verás...
A pesar de las amenazas no había ira en la palabras y el periquito tampoco parecía asustado - tal vez esté ya acostumbrado -

Al poco pidió otra cerveza sin tapa y después de dos tragos, se levantó para ir al baño,  pasó con el periquito cogido con la mano derecha, andaba  como si fuera en la cubierta de un barco, siguiendo los golpes regulares de la reseca.

Al volver sigue su charla.

- ¿Quieres que te compre un patín?. Si, como lo oyes, un patín, así vas tan chulo, y un casco también. Una moto no, que hace falta carnet y tú no tienes, ¿a qué no?...

No tardó en pedir la tercera cerveza y despedirse hasta mañana.

Yo al poco seguí su rutina.  Pagué las dos rondas y me despedí hasta otro día mientra acariciaba mi periquita.



miércoles, 2 de julio de 2014


Estamos sentados los cinco alrededor de una mesa, tomando ya la copa, la pequeña Isabel de Portugal nos da la espalda y el sol vespertino se reparte por igual entre las escaleras que conducen a la catedral y un establecimiento de máquinas tragaperras.
Debatimos sobre las papeletas sindicales que dentro de poco hay que volver a contar, sin ilusión, resignados a la ausencia. Siempre igual, la letanía de los recuerdos para intentar seguir.
Una paloma aletea con fuerza en el suelo, da vuelta sobre su cuello torcido que no levanta del suelo, no se pone en pie, lucha, bate con fuerza, se abandona bajo una mesa vacía de whiskys y seguimos buscando .
Un policía baja de su moto y entra en la casa de juego.
En cinco es imposible la paridad aunque  todos valgamos ya  por medio.
Un mendigo argentino y muy delgado nos pide fuego y misericordia, lleva manga larga - ¡con la que está cayendo! - y una botella disimulada en el bolsillo. Se sienta y se refresca, miran a un mundo que parece estar inmediato.

El policía sale de la casa de juego con el gesto torcido y el casco en la mano.
El camarero recoge cuidadosamente a la paloma en una bolsa de plástico.
Al mendigo ya no lo veo.
Yo me encamino al sur. Parece que la tarde ha terminado.



martes, 24 de junio de 2014


Ando por la calle del Ángel, aprovecho diez minutos del tiempo destinado al desayuno en comprar unas naranjas para prepararme al mediodía una  ensalada de verano. Y vuelvo a estar sentado delante del público, repitiendo respuestas que, a fuerza de oír las mismas preguntas, son las únicas que espero. Entre los consecutivos  número 216 y el 413 (cosas de mi trabajo) recuerdo los diez minutos paseados.  (Recordar es volver a pasar los sucedido por el corazón).
He visto una viejecilla empujando, su vacía silla de ruedas mientras le daba el sol en los ojos claros y charlaba muy lentamente  con su acompañante- una sudamericana entradita en hambres- . En la esquina con la calle Ávila,tres gitanos jóvenes ocupan la acera con varias cajas de ajos exentos de iva y medidas, un hombre se para y mira, mira solo para pensar y sigue. La frutería a la que voy enseña, un paso más allá de ella misma, los melocotones y las cerezas, dentro, una señora con su niña y su marido ajeno terminan la compra con un pimiento mitad verde mitad rojo. Y vuelvo, y veo fumar en la ventana a un hombre, mayor y simpático, que le dicen "gorila" porque llama él así a todo el mundo. Me contó, en un café, que en su piso guarda a su nieto que porta una enfermedad de las que le obliga a rezar, soñar, luchar, mendigar y llevar camisetas.
La silla de ruedas ahora va más rápida y silente. El ceda el paso de Cristobal Lozano es solo una posibilidad. Alguien, aparcado en la zona azul lucha con la nueva máquina expendedora de tiques.
Se sienta el 413 y me da tiempo a pensar antes de repetirme. ¿Por qué recuerdo esos diez minutos?

viernes, 13 de junio de 2014



Me levanté de la mesa y le di un beso sonoro a mi hija.

Estábamos tomando en la terraza de Ópalo, una cafetería con tres sillas sentadas en forma de esquina. Charlábamos mientras presentábamos sonrisas nuevas, almas y ojos. Con Carmen da gusto hablar porque siempre le pasan cosas que sabe que le pasan y las cuenta fácil y esperando. Y en eso íbamos, comentando los vaivenes de los amigos, los desamores respetuosos de cada cual, la pobreza tendida en las  esquinas,  de como  en  la noche de ayer que me fui a Madrid a las 4 de la mañana y que me encontré a un marroquí durmiendo en un cajero del BBV - qué ironía tan repetida- , y esas cosas de la vida. Entonces recordó, como una tarde de viernes, al mendigo que siempre daba los buenos días en la puerta del super "La despensa", su amiga Ali y ella, le prepararon unos espaguetis.
 Me levanté de la mesa para darle un sonoro beso y seguimos hablando, otro rato más, con la sonrisa manchada de tomate.


jueves, 29 de mayo de 2014



No la conocía. Es una mujer algo mayor que yo, dos o tres años, - vi su dni -, guardaba la cita, numerada y puntual, entre las dos manos, jugando.
Cita, suena romántico, es una palabra con expectativa, por eso la administración la hace redundante, cita previa, es  solo  para que nadie se cree ilusiones.
Sigo. Le tocó el turno. La "cita previa" estaba prevista a la doce y veinte. Todo perfecto.
Saca la solicitud limpiamente de una carpeta y me la entrega inmaculada, casi, solo relleno el campo del número de banco y la firma del cónyuge. La miro evaluando.  Sin preguntarle se explica diciendo que no lo ha puesto nada para no equivocarse. La vuelvo a mirar. La mañana es tranquila. La lluvia retiene a nuestros clientes necesarios en sus casas.
Comienzo.Apellidos del solicitante, nombre, teléfono de contacto, dirección, trabaja o no, dónde... es muy sencillo. Me cuenta que no trabaja y que no busca - da la impresión de ir sobrada - pero enseguida aclara . que su hija la necesita cada vez más.  Prosigo. Datos del padre, estado civil ...
La niña tiene un sesenta y seis por ciento de minusvalía, el certificado que lo acredita es reciente, de la semana pasada, en la foto del dni,  que compruebo, debe de tener unos doce años, estará expedido hace unos cuatro. Es de piel y pelo moreno, con el pelo corto, con una sonrisa indirecta y con rasgos ondulados y maternos. Por un instante intento adivinar su historia.
Llegamos a los datos bancarios, le pregunto para comprobar si está incluido la solicitante - ella -. No lo sabe, la cuenta la abrió su marido hace unos años, cuando vieron que su hija empezaba a ir mal, está cada vez peor, es una enfermedad degenerativa, me explica. Silencio. Baja la mirada para proteger sus sentimiento, pero se salen por la mirada y se echa a llorar.
 Esas lágrimas que se quieren seguir guardando son la más saladas, las más lentas, las más desesperadas, tristes, solidarias, rabiosas, apenadas, maternales, impotentes, comunicativas, labran surcos.
La mesa nos separa, no debo levantarme y abrazarla, ni llorar con ella. Me espero a que se calme y que recoja las lágrimas a su paso. Le cuento algo de la carta que va a recibir y no se qué más para excusar las penas. Ya está todo el trámite resuelto.
Se fue, hoy me he dado cuenta de que se dejó alguna pena entre sus papeles administrativos.

domingo, 4 de mayo de 2014



Estoy sano, esta temprana mañana de domingo no me duele nada, ayer tampoco. Anduve un par de horas a buen ritmo entre la tierra seca del verano, los almendros sin flor y las amapolas - con sus pétalos toreros - . Mi salud es la ausencia,  ausencia de quejas murmuradas y silencios serios, de rastros de espinas en la voz, de toxinas en la digestión y pañuelos en los bolsillos.
Estoy feliz, sí, feliz. Me duermo a la primera vuelta de almohada y me despierto fácil, mirando  las arrugas de un espejo alquilado. He aprendido a asumir la libertad de los demás, su destino, la distancia..
Estoy sano, ¡bueno!, tal vez me sobre algún kilo.
Estoy feliz, aunque tal vez me falte algún beso.

lunes, 21 de abril de 2014

Jeff Goldblum

Se le daba un aire a Jeff Goldblum, la tez morena como si fuera de Azerbaiyán, aunque es del sur, de un sur renegado, sin faralaes y con viento voluntario de levante - cada cual elige su nación -. Iba de la mano, escondiéndola con descaro y alegría, entre algún beso,  hablaba mucho, inventando  chistes y risas y,  de cuando en cuando, callaba para no ser muy del sur.

En un momento, todos salieron a fumar, nos quedamos los dos desconociéndonos  en la barra.
 - ¿Entonces has viajado mucho?
- Sí, a los diecisiete años me alisté en la marina, lo más lejos que pude de mi casa.
- ¿Y eso?.
- Mi padre falleció cuando yo tenía trece años, de una manera poco convencional - silencio, se le enjuta la cara y palidece hacia el amarillo - se suicidó y culpé de eso a mi madre, ella tuvo culpa - me lo dijo con suficiente dolor como para terminar una conversación, pero siguió - tengo cuatro hermanos más pero no se nada de ellos - silencio para recordar- después he dado muchas vueltas, tengo hijos pero como si no tuviera, ahora me voy para Rusia a trabajar, no quiero vender drogas - retoma su rostro de Jeff G.
Cuando no se puede hablar se bebe, pero el whisky que me quedaba no era suficiente. Recordé unos versos de Bukowski, " whisky y cerveza/la sangre de un cobarde" y me refugié en el agua salada que deja el hielo de poca calidad en el fondo del vaso, sabía a lágrimas.
Tenía los ojos como Jeff G., algo más locos, vivos, buscando, mirando, como si adivinara a su padre en los  los espejos del bar.
 Era la noche del domingo de resurrección.
Hoy, después de ser feliz, he pensado en él.

domingo, 6 de abril de 2014

Arroz con leche



Es tradición, el domingo, la mesa en casa de mis padres se llena de variedad de pequeños platos deliciosos. Ahora solo voy a recordar  el postre: tarta de chocolate, croisanes de chocolate y originales bolitas de plátano y chocolate (aportación de mi hija), arroz con leche de mi madre.

- Madre, ¿cómo es la receta del arroz con leche?. Dímelo con medidas que voy a intentar prepararlo.
- Muy fácil. Te lo digo con medidas, para que te apañes.
- ¡No te va a salir igual! - apostilla mi hermana Carmen con rapidez.
- Apunta. El arroz de una taza de café lo pones en agua y le añades...
- ¿Una taza de café cómo de grande?- le interrumpo enseguida.
- Normal. Una taza normal.
- ¿Pero grande?
Se levanta con paciencia apoyando la mano en la mesa camilla, va a la cocina y vuelve con una taza.
- Cómo esta.
- Vale.
- Se pone en agua con una pizca de sal.
- ¿Cuánto es una pizca?
- La punta de una cucharilla.
- Bien, no es necesario que te levantes a enseñarme la cucharilla.- sonreímos -
- Se tiene unas dos horas en agua y después se tira el agua. Pero si queda una poca tampoco pasa nada.
- Espera que lo apunte todo.
- Cuatro tazas de leche fría, una corteza de limón y cuatro cucharadas de azúcar.
- ¿Cómo la tazas?, ¿cómo las cucharas?
 Mira la taza que ha traído y entiendo la medida.
- Las cucharas soperas. Tú, qué esté dulcecico.
- ¿Dulcecico? ¿Eso es una medida?- intento reprocharle, pero mi pequeña pulla pasa desapercibida, mi madre sigue.
- Se pone a fuego lento y que no se pase el arroz.
- ¿Cuánto tiempo?
- No te va a salir igual - murmura mi hermana -
- Qué no se pase. ¡Qué te voy a decir! Diez o doce minutos.
- Agradezco una medida convencional. - Le da igual mi comentario, sigue.
- En la cuarta taza de leche se le añade una yema, que se cuela, se echa sobre el arroz que ya está fuera del fuego. Se pone otra vez a fuego lento y cuando ves que está trabado  ya está.
¿A qué es sencilla?. Ah, y si te sale un poco seca le añades leche. La que admita.

 -¿ La que admita? La miro fijamente. No se si atisbo alguna picardía en sus pequeños ojos.

- No te va a salir igual. - repite mi hermana con seguridad -

A ella también la miro. Y lo sé, sé que no me va a salir igual. Y si algún valiente que lea esta receta la prepara le diré.... en efecto, eso  es... - ¡No te va a salir igual!


p.d. Se me olvida. Si la preferís  con canela se le añade al final. ¿cuánta?, depende, puede ser al gusto o la que admita.  :)





lunes, 31 de marzo de 2014

un orden administrativo



Nunca lo he hecho así,  tal vez se me pase en unos meses,  yo mismo me extraño cuando golpeo los folios repetidas veces intentando igualar las hojas, hasta que se queden como recién desempaquetadas,  busco un orden, un orden simétrico, un orden lógico y administrativo. El quita-grapas al lado de la grapadora, el bolígrafo rojo junto al azul y al negro, en una carpeta los asuntos pendientes y en otra los resueltos, unos expediente sobre otros alineados, que no sean más de tres, cuatro se puede aguantar. Tomo nota en colores para diferencias el bien del mal. El teclado del ordenador, si no puede encontrar los noventa grados, consigue los cuarenta y cinco vueltos hacia el sur.Y miro. Me levanto y remiro desde distinto ángulos, sobrevolando con las pupilas mi mesa de trabajo. El cuaderno encima de las carpetas y los pósit amarillos - de dos tamaños - montados en el cuaderno uno sobre otro, no, mejor alineados. En la agenda,  en el margen superior derecho (en rojo), puse algunos trabajos que hacer cada mañana, en el centro subrayo los recuerdos  menos cotidianos del día siguiente.
Resoplo, no estoy satisfecho.
Me doy cuenta de que el único orden es el vacío, el silencio, uno sobre otro, o tal vez al lado, alineados.
Me callo, me marcho, me alejo sin provocar ruido, sin despedirme de mis compañeros, imagino mi mesa,  así. Y, poco a poco, conforme me distancio, lo consigo.

martes, 25 de febrero de 2014

Desvelo


No tengo nada que contar, pero toca develo y en noches/días así escribir sustituye a los sueños.
Escucho el piar de un pájaro, por la ventana cerrada entran suaves trinos confundidos, tal vez,  por la alunada luz de la farola. Aún no son las cuatro.

Leo otras vigilias y observo que llevo meses sin volver a Nueva York, sin ver como los vagabundos- grandes y negros- empujan su carrito del Carrefour bajo los puentes gastados de Brooklyn, hace tiempo que no saco del bolsillo hojaldre glasé de "miguelitos" y que no  recojo hormigas urbanas para traer  un recuerdo al recuerdo.
Los pobre de pedir son, a cada reforma, más cercanos, habituales y en blanco.
Entre la puerta de mi trabajo y el estanco de Manolo puedo hablar de tres.
 El primero, sentado en un escalón de lo que fue una sucursal del BBVA y ahora trastocado a  chino, - todo local es susceptible de ser convertido en chino -. El hombre, con una tranquilidad de más de cincuenta años, refleja serenidad en la cara. Los clientes fijos le dan alguna moneda y mucha conversación, a él siempre lo veo callado, un cartel gastado pronuncia su letanía "vivo y duermo en la calle", y una gorra guarda una herradura y algunas monedas de viento.
El siguiente ocupa toda la acera de la avenida, va y viene, de un lado a otro, abordando con la mano extendida y un "por favor" desafiante a todos los que bajan y a todos los que suben. Se le ve ofendido, con toques de rencor y ojos derrotados.
La tercera, es la decana, le dicen la portuguesica,  poca gente le entiende el acento calé y desdentado, su charla va desde el hotel Los llanos hasta el estanco, con alguna incursión en las cafeterías de la esquina, opina lo guapa que es mi hija y cada lunes me insiste - creo - en que me afeite la barba que me he dejado.

El pájaro sigue piando. Tal vez esté desvelado.




lunes, 10 de febrero de 2014



Las olas aquí huelen a tierra
y la arena templada anida en los balcones
en espera de una ráfaga de escobas
con zumbido de caña.

¡Miro al mar rompiéndose!
 -lo veo en unas hojas de papel asperamente moreno,-
lo veo
renaciendo, rompiéndose, renaciendo..
sobre un sí mismo ajeno
sobre los demás ajenos
aquí
en un levante prestado, bajo el sol,
entre el viento,
sobre un mar individual.

Y al recontar las olas siempre comienzo en uno
"como un náufrago metódico"
como si se pudiera empezar cada segundo otra vez
sin ayuda de palomas que midan la distancia.