domingo, 30 de julio de 2017


Para mirar el mar he despertado a todos;  en el apartamento duermen - Oti y Juan - junto a la terraza que surge el oriente y en la que está tendido mi bañador.
El sol brilla intenso y deslumbrante sobre los rayos del mar,  dándole sentido al amanecer ; el oleaje temprano es un vaivén que acuna con susurros.
Aún no se han montado los chiringuitos asolanados y suena otra música; otra espuma de plástico rompe en la playa; otro baile. Las olas tatúan - a cada golpe - los instantes en la arena mientras, los más veteranos pasean inclinados.

Cuando el camarero trae el segundo cortado dudo sobre si ir a nadar o seguir en la terraza mirando; sé que los pensamientos mojados no los pasaré a la libreta, se quedarán entre la salina.

Un velero biplaza atraviesa la reverberación del sol.


día de playa,
en el bar que desayuno
sin nadie anoche



domingo, 23 de julio de 2017



He vuelto a correr - tras varios años esperando - cada semana sumo distancia y tiempo; la ropa de deporte que reposaba limpia en el fondo ahora trajina del perchero a la lavadora.

Hace unos días, mientras goteaba la carrera con unos pantalones y camiseta negras que me regaló mi hija, pensaba: en unos reyes un cigarro electrónico - con sabores y solicitud filial - me hizo abandonar el gasto en hebra de cigarrillos; una pluma - otro obsequio de pascuas de mi hijo - me ha conducido, de alguna manera,  a publicar un  libro y, con la ropa de deporte, mira.

Ayer se lo contaba - en la distancia - a Carmen mientras apuraba su café madrileño, y le requería mucho cuidado  en el próximo legado: ¡ podría marcar mi destino!

Se reía sin dejar de buscar pisos y, rápidamente, me lo anunció.

sigue el calor,
para mi cumpleaños
lotería de navidad.





viernes, 7 de julio de 2017

Son las cuatro y media, repito desvelo esta semana. Pongo atención al entrar al salón porque el martes volvió el vecino infiltrado de los bajos fondos y estuvo de canciones, por lo menos, hasta las siete de la mañana.

Eso sí,  con cantes más variados: al Alba; alguna de Kiko Veneno; otras de Paco Ibáñez; de los Beatles ... no me molestó la deshora, ni siquiera en los arranques del  zapateo descompasado que me hacían mirar al techo y pensar en la opción de entrar en la fiesta.

Agudizo el oído, hoy no se escucha la guitarra. Atempero el café sobrante de ayer y me voy al salón. La lectura que tengo preparada me ilusiona: terminar "La estrella sin puntas" -  un libro de teatro infantil - de Antoka y otro de poesía de Carlos Blanc; dos misceláneos haijines.

Del primer libro solo me quedaba unas hojas y le he doy fin en poco. Me he divertido leyéndolo, imaginando estrellas mutiladas; ángeles discutidores; niños disfrazados de cascanueces  y un director de escena perdiendo los nervios.

El segundo es compartido, no lo sabía, andan también aquí metidos Ángel Aguilar y Frutos; entre otros no haijines. Pero esta mañana el alfabeto empieza por B.

Una fotografía inclinada, pensando el mundo, dibuja el primer poema. Luego viene otro de mayúsculas con un perro noctívago de buena familia; una nevada escondiendo huellas amantes; (una poesía entre paréntesis que me leo contenido ); un rayo de sol inesperado y todo, todo suena a verdad. Una verdad con detalles.

Ojeo a los otros confiteros y vuelvo a Carlos desde la fotografía que habla; releo.

Mientras apuro el café, ya frío, contemplo los dos libros juntos - tan distintos - y me siento dichoso de poder beber con ellos.

Gracia Antoka, gracias Carlos.

Epifanía,
a Belén va una estrella
sin puntas