En mi trabajo, el último viernes, una señora cuando presenta su jubilación.
- No entiendo bien su nombre.
-Antinia
- ¿Antonia? - Le repregunto. No sé si es que la señora posee un déficit fonético o son mis oídos los que escuchan italianizantes.
- No, es Antinia. - Me lo confirma la señora sin extrañeza. Han debido presentarle esta misma duda durante toda su vida.
- Vaya nombre curioso - le respondo con el ánimo de que me cuente algo más, pero ella se limita a sonreír.
Mientras tecleo, no aguanto la curiosidad y me paro a preguntarle directamente por el origen de ese nombre.
- La falta de tinta - me contesta lacónicamente - y tomando aire me explica.
- Cuando inscribieron mi nacimiento, al funcionario del juzgado no le escribía bien el bolígrafo, se le estaba terminando la tinta y dejó la o como una i. Así de sencillo es el origen.
- Es un nombre sonoro y, desde luego, original.
- A mi nieta le han puesto Antinia.
- Hasta otro día Antinía
- Adiós, Josí.