Salimos de Alicante, un aeropuerto elegante y manejable para gentes de provincia y de pueblo. Ryanaire nos colocó a cada uno de los cuatro en una punta como castigo de no pagar el suplemento de "dame un poco más".
Fue el sábado treinta y uno de mayo, después de la despedida de Mariví. Despegamos alrededor de la una y volamos a favor de las olas.
Al llegar nos condujeron a toda velocidad en un taxi - concertado con cita previa- hasta la calle Ceuta. Ceuta hubo un tiempo que fue portuguesa y no lo olvidan.
Al ir a la casa Airbnb el primer problema surgió con un candado con contraseña que bloqueó la entrada hasta que vino la encargada del piso y estiró con fuerza. Ni nosotros tres ni el ingeniero que nos acompaña supimos abrirlo.
Antes habiamos comido discretamente en Bira dos Namorados, pero a nosotros nos parecía un restaurante decorado para niños que querían pintar mientras tomaban un cola-cao.
Recuerdo bien el inicio. El resto de los días se diluyen y se mezclan; no es importante qué fue primero una vez que estás en el sitio correcto y con gente buena.
El río Douro - suena a dorado - y el puente de Don Luis I dominan la ciudad; el puerto; las orillas; el valle; el turismo y la alegría.
El continuo bajar y subir al que obliga la ciudad proporciona vistas panorámicas en cada calle: desde aquí se ve la catedral, desde allí el ayuntamiento, el río desde un poco más allá, las bodegas quedan más lejanas.
Una concentración motera nos distrajo hasta el momento de visitar las bodegas Ferreira.
Allí aprendimos virtudes y características del vino de oporto, de las bodegas y de la forma sospechosa en la que hizo fortuna la Ferreirinha.
También nos hablaron de la palabra "saudade" y de como todos nos creemos únicos en el mundo.
En la cata final hubo risas, parecía temprano para beber pero no.
Al atardecer terminamos de endulzar la velada surcando el Duero, bajo siete puentes.
Y visitamos la catedral; la estación de ferrocarril, iglesias y monasterios con mosaicos y altares dorados; el mercado, la casa de la moneda, la cárcel; hicimos una visita guiada, por las noches algo de whiski.
Parafraseando a Sabina "no caben tanto recuerdos en un haibun".
El vuelo de regreso siguió con el castigo de separarnos por hablar; viento y olas racheadas en la vuelta.
cáscaras de patatas
para cenar,
y montones de risas
A Oti y Juan, con cariño.