miércoles, 18 de marzo de 2020








Amaneció con niebla - con una espesura líquida - entreveo los primeros almendros florecidos:  los más viejos y altos, asilvestrados y negruzcos; con su flor oculta por un blanco húmedo.

 La semana pasada, dando un paseo por el camino de La Cabrera, ya disfruté de ese olor a miel que derrochan  y que me sorprende cada primavera, porque el aroma siempre aparece inesperado igual que un beso invisible.

Hoy ha venido un clásico día de febrero, mirar por la ventana no es suficiente para saber si amanece o decae el sol; todas las horas se llenan de una luz agrisada y lenta.

A los tilos del paseo de la estación apenas les quedan algunas hojas, de esas amarronadas, renegridas por diciembre, de esas que no aguantan su destino, bailando y ahorcadas en su peciolo, como si este fuera soga y la rama su patíbulo. En otra mirada me recuerdan a pequeños murciélagos dormidos.

Desde mi ventana veo como mis paisanos caminan por el paseo arropándose la garganta, de viento en viento; uno protege el cuello con la mano desnuda, otro se cierra con dificultad el último botón del gabán.

Han bajado las temperaturas; aunque ayer hizo día de abril hoy lo es de martes, antevíspera de jueves lardero.

ya florecen
los almendros;
los más viejos