lunes, 2 de diciembre de 2013

domingo, 1 de diciembre de 2013



Domingo por la mañana, empieza diciembre con menos tres grados,  madrugo sin obligación ni devoción, si me atempero saldré a buscar algún camino de invierno, a oír crujir los huesos del frío bajo los pies con el oído izquierdo, con el otro,  la radio. "No es un día cualquiera" es un programa en el que se escuchan palabras de ciencia y divertidos juegos de más palabras. Por error sintonizo otra emisora en el que entrevistan a Charles, un francés que vive en Madrid y se gana los días tocando la guitarra con un grupo de música de calle, al rastro irá en un rato. Cuenta que es ingeniero industrial y que, cuando trabajaba en ello, cada día al volver a su casa le daba la sensación de haberlo perdido. Ahora también da clase de francés y guía por la ciudad a franceses sin brújula cuando salen del Museo del Prado.
Tomo otro sorbo del cortado y me arremeto las faldas de la mesa camilla para atrapar todo el calor del brasero eléctrico.
 Su elección me hace pensar... y me recuerda una película que vi, con uno ojo tapado como un pirata, sobre Rimbaud y Verlaine, "Vidas al límite", poetas que se apasionaron por la vida y por buscar las claves en los versos, en las mismas metáforas. La búsqueda le duró treinta y siete años al primero y cincuenta y uno a Verlaine.

Charles tiene treinta y uno y parece que quiere vivir.

en la ventana
comienzo diciembre,
café y radio.

sábado, 30 de noviembre de 2013

descriptio...
Conducir no es tan sencillo, ¡ conducir bien, claro!
La carretera repleta de otros coches que van a la suya entre un montón de señales variopintas, triángulos equiláteros, círculos con fondo blanco, lucecitas de colores,  ´guardias, cuadrados azules que parecen diseños de Ághata Ruíz de la Prada.
Para colmo, las líneas continuas y discontinuas se deben adivinar en la glorietas ¡qué decir de las miles de glorietas! y encima han puesto orejas para cambios de dirección y sentido.
¡Menos mal que ya tengo el carnet!

- A mi conductora preferida -

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Olor a alcohol

Ahora la casa huele a alcohol de romero – dice mi madre -, sin darme cuenta dejo de mirar, me coloco en otra calle, otro lugar siendo el mismo lugar, oigo ruido de camiones que transitan entre líneas amarillas de la carretera general y allí... una casa compartida a mitad en patio y pateras, un santo visigodo bendiciendo hierático -y sigue - desde lo alto de su hornacina de cal, un rosal que da sombra de espinas y el aljibe que huele a galletas de coco con mermelada.
En estos días los sillones se llenan de sueños, la piel se queda dormida en el pellizco juguetón de la nieta y desde la ventana se ven los higos picoteados y a los gatos tuertos que se esconden entre piedras y escalones.
Ahora,  en la casa cuelgan notas neuronales como estrellas de Belén sobre la tele encendida y, la casa huele, sigue oliendo,  a hogar.

viernes, 22 de noviembre de 2013


Cuando toma el café con leche deja la cucharilla dentro para sentir su roce en la mejilla, dice que necesita besos, y se sonroja, lo consigue con la misma facilidad que da las gracias por todo.

Me extrañan, pero callo,  sus ensayos de otros lenguajes en voz silente, se desprenden argumentos de independencia o soledad entre las palabras.

Mientras  sonríe, encorva mi estatura, y me habla y me cuenta las mismas cosas extrañas que cuando aún
no era hombre o joven, las ideas innatas que se quedan entre las tácticas de  una poesía y un programa de póquer.

Ahí está, y sigue, compartiendo el frío de la mañana y la ausencia de guindas en la tarta de su abuela.


sábado, 9 de noviembre de 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

De El Burgo Ranero a León



Fue en la última etapa - este año la intención era  ir de Logroño a León - y cada vez que repasaba en la agenda los 37,1 últimos kilómetros que debería recorrer, resoplaba.
El Camino es voluntario, la distancia es una posibilidad, son suficientes dos pasos para hacer camino, lo sé y me lo repito, con la planificación solo disimulas el azar, si no entraba a León a pié este año, puede ser otro, lo importante no es llegar, es entretenerse, ver, mirar, oír, escuchar,  andar y seguir. He  charlado con la gente que se  cruzaba, en Castrojeriz con un señor que confesó más de ochenta años y resultó que los dos conocíamos  a Parra y a ´Delfina, en la iglesia de Castildelgado  Carmen contó la historia de San Vitores ( un santo con la cabeza cortada) y de su pueblo, y del Caramerelo de Villovieco ya he dicho algo. Ahora pienso que no me entretuve lo suficiente.

Ese último día me levanté más temprano, para empezar en cuanto el amanecer lo permitiera. Las primeras flechas amarillas, en El Burgo Ranero, las busqué con una pequeña linterna que me regaló mi amigo Isidoro.

sin amanecer,
en el paseo de plátanos
luz de linterna

Los primeros kilómetros fueron vigorosos, iba restando en cada hito los que iban quedando atrás entre pensamientos y tierra labrada. El día fresco y sin lluvia. acompañaba.

Al cruzar por un  gran puente medieval en Puente Villarente, la guía eroski indicaba que llevaba 25,3 kilómetros recorridos, allí me encontré con Maicon, un brasileño de 58 años y pequeña barba blanca con el que hablé en repetidas ocasiones en estos días y que muchas noches susurraba cancioncillas con sabor y ritmo de su país mientras estaba tumbado en la litera y se arrebujaba en su saco.

luna de octubre,
melodías de Brasil
suenan a nanas

- Maicon, me quiero despedir de ti. Este es mi último día. Llego a León y me vuelvo para Albacete. El año que viene, si puedo, llegaré a Santiago.

Vino hacía mi y me dio un emotivo abrazo. Nos despedimos deseándonos fortuna y buen camino en la vida.

A poco más de un kilómetro paré en un restaurante-albergue. Pedí un bocadillo de salchichas y una cerveza.  Salí  a la terraza, allí podía durante unos minutos quitarme botas y calcetines, airear los pies, ver el campo y saludar peregrinos.

Llevaba dos tragos y un bocado cuando llegó Maicon con un compañero que no era el que caminaba a su lado en otras etapas. Me alegré de verlo, al fin y al cabo, ya me había despedido y  era un reencuentro.

- ¡Qué alegría verte!, pensaba que te alojarías en el anterior albergue.
- No sé, mi compañero Ibrahim, no puede más, le duelen mucho los pies y no quiero dejarlo solo, es su aniversario.
- ¿Aniversario de qué? - le pregunté
- ¿Cómo se dice en España?... Cumpleaños. Cumple cuarenta y tres. Es palestino, viene de Jerusalén.
 Ellos también se pidieron unas cervezas y algo de picar, la cara de dolor del jerosolomitano lo envejecía.

Transcurridos dos tragos y sonrisas más llegó Talana, una chica de cabello negro que vivía en una preciosa llanura en Sudáfrica;  se unió al grupo.
Y por último se acercó un joven, vegetariano y sonriente americano que, apoyado en su bordón, compartía la charla tocando su sombrero vaquero de cuando en cuando.

Maicon me contó que siempre llevaba un santo con él, sacó un San José y unas medallitas de un pequeño bolso y me fotografió con él como recuerdo. También me habló de como  filosofaba de la vida y cómo la  dividía en cuatro etapas igual que las fases lunares, que las mareas o que las estaciones del año.

El americano le preguntó que si llegaría a León, él dijo que estaba muy fuerte de piernas y de espíritu, pero que no quería dejar solo a Ibrahim en un día tan especial.

No estoy seguro de quién fue el primero - posiblemente Maicon - pero alguien empezó a cantar cumpleaños feliz y todos le seguimos sin pudor ninguno, cada uno en su idioma. El palestino sonrió por primera vez desde que llegara y nos pidió un bis para grabarlo en el móvil.

Hasta llegar a la catedral de León, si me sentía cansado, tarareaba "cumpleaños feliz".








viernes, 18 de octubre de 2013



En Villovieco,
también da zanahorias
el caramelero.

Camino de Santiago



De Boadilla del Camino a Carrión de los Condes van veinticuatro con siete kilómetros a pie - no lo escribo con número para que se le de la importancia que merece el kilometraje.

Cuando el día empezaba a cansar los pasos se cruza por el término de Villovieco, se pasa por un andadero  que acompaña a la carretera demasiado tiempo. En una huerta, un Santiago Peregrino y una pequeña cruz me llamaron la atención, me acerqué y apoyándome en el bordón realicé una fotografía,  en ese momento, sale de entre los árboles un anciano alto y fuerte con una azada en la mano dando gritos y corriendo hacia mi.

- ¡ehhhhhh, ehhhhhh, ehhhhh!

Instintivamente sujeté fuerte el bordón con la mano derecha y miré alrededor por si había pisado algún cultivo o se me escapaba la causa que pudiera originar las voces, las prisas y los movimientos de manos.

El anciano suelta la azada en el suelo (uffff) y yo  aflojo el bordón - la cosa no será para tanto -

- ¿ Te gusta el Santigo?
- Claro, por eso le he hecho la foto. Es muy original (¡para decirle que era feo teniendo la azada a tres pasos!).
-  ¡Ahí dentro tengo dos peregrinos!, ¿Quieres pasar a verlos?
Yo me pregunto para que voy a querer ver a dos peregrinos, en el camino hay muchos. No lo entiendo.
- Déjelo buen hombre. Voy a seguir camino.
- Pasa - me insiste - que te van a gustar.
- ?
- Tengo a un chico y a una chica.
- ?
- La chica es rubia, y al chico le he echado aceite de motor
-?????? (Será el cansancio, no entiendo nada)
La prudencia me sugiere que siga pero... puede más la curiosidad.
Enseguida me señala a la derecha y me dice
- Este lo hice con el tronco de un almendro borde y a la chica con un madero que encontré en el monte.
¡Ahora lo entiendo!
- Al chico le di aceite de tractor usado y ha quedado algo negro, a la chica le di aceite limpio y le puse el pelo rubio para dar un homenaje a las rubias.

- Toma unos caramelos y unas zanahorias, me llaman el Caramelero de Villovieco.
- ¡Buen hombre! Es un gesto muy noble y de agradecer,  pero no llame a los peregrinos con la azada en la mano.

Se rió.





luna creciente,
en los nidos de cigüeña
los gorriones

viernes, 13 de septiembre de 2013

Finalista en el Primer Certamen de microrrelatos "Sucedió en la feria"





Juan Carlos, que siempre fue de aquí, ponía fin a cada día de feria con una copa de menta y un trago fresco del botijo. Lo disfrutaba en un puesto de turrón sujeto a la cuerda ferial.  La casualidad nos convirtió en amigos y el paso de septiembres nos consagró en compadres.

Él fue quién me introdujo en la carrera del toro de Barrax y en el sosiego del caldico reparador. No nos hacía falta más gente, los dos en cuadrilla encontrábamos las risas y consumíamos las horas.

Un año, sería finales de los setenta,  como siempre que nos juntábamos  iniciamos la tarde tirando a los monos y en la segunda ronda, la fortuna nos halló,  derribamos los tres necesarios para conseguir la recompensa más preciada, ¡un  perrito piloto!  Lejos de ser un estorbo se convirtió enseguida en nuestro camarada, la cuadrilla era de a tres, a cada caseta que íbamos requeríamos tres cervezas, o tres bocadillos, o seis miguelitos. Lo más extraño de todo es que a nadie le parecía extraño, ni siquiera cuando nos dirigíamos al perrito pretendiendo que abonara su  ronda.

La gente que estaba sentada a nuestro lado terminaba también hablándole, preguntándole  cómo llevaba la feria o advirtiendo de los peligros de la bebida si pilotaba, y nosotros, compartiendo la risa, contestábamos moviendo al can como una marioneta, simulando con vocecillas en falsete algún ingenio perruno.

¡Cosas de feria!


 Este año, como siempre, el primer día terminará con sabor a menta.

domingo, 8 de septiembre de 2013




Un día de feria, siendo niño, mi madre se encontraba en reposo por problemas de las dichosas varices y al terminar mi ronda guardé algo del presupuesto para comprarle una bolsa de almendras dulces. Las encontré de tres tipos, a saber, garrapiñadas, peladillas y de turrón.
Le regalé las que más le gustaban, como a mí, las de oblea rellenas de turrón.
-          ¡Mira madre lo que te he traído!
-          ¡Qué bien hijo, que te hayas acordado de tu madre!
Y dándome un beso las guardó con ternura en su mandil.
A partir de entonces, cada año, sin necesidad de reposo ni vendas repetía el gesto.
Pero un día – ¡ya había nacido mi hija! - al llevarle mi bolsa feriada, se encontraba en la terraza con mis hermanas y al dársela, les dio por reír.
-          ¿Pero qué pasa?
-          Aún no te has dado cuenta, despiste, que a tu madre le gustan las garrapiñadas.
-          ¿No es verdad, a qué no?
-          Si hijo, pero no pasa nada, lo que importa es la intención
-          ¿Y por qué no me has dicho nada?
-          Las traías con tanta ilusión…
Echamos risas y besos con bullicio de bandas.

Ya han pasado varios años de aquello y en la última feria, le dije a mi sobrino Fernando que le comprara a su abuela una bolsa grande de almendras de turrón.
Se presentó con ella y le preguntó, con inocencia fingida.

-          ¿Te gustan abuela?

lunes, 5 de agosto de 2013



Este domingo solo faltó mi hijo - día de piscina y aire - el resto de la familia andaban metidos en el cuarto de baño cuando llegamos. Miraban en controversia  apretujada una mancha sobre la tarima del lavabo, para unos era lineas naturales de la madera que siempre había estado allí, para mi madre un desvelo de agua fuerte y mi hija Carmen vio un trasunto de las caras de Belmez. No conseguimos un consenso y nadie dimitió.
A eso de la una estábamos todos sonriendo y empezamos con el picoteo cinco estrellas.
 Mis amigos dudan de mi si en alguna ocasión les cuento, sin ánimo de provocar, la variedad de platos y tropezones. Veamos: caracoles, gamba cocida, jamón ibérico - perdón - coca de atún ( qué ricas las hace mi hermana Concha), mejillones, berberechos, queso manchego, langostinos con rayas, pan de rosca y de barra, tinto de verano,  botellines y tercios, vino fresco de Celaya, incluso un ribeiro que a mi padre se le olvida entre las escrituras del Registro neuronal. (Cada uno bebe una cosa, que nadie piense...) A los chicos aún les va la coca-cola o el agua.
Para comer, ya sentados, algo verde para conservar la línea, pollo al horno y codillo. De postre picotas, brevas, melón y helado de yogourt, que resultó ser leche merengada. No exagero. Seguro que me dejo algo por modestia o porque no cabía en la mesa.
 Entiendo que mis amigos me miren de reojo y duden.
Para colmo, este domingo, nos dio por ver lo larga que teníamos la lengua y allí andábamos haciéndonos burla unos a otro en una divertida sobremesa.

p.d. Mi padre, mi mafre y yo llevamos con discreción una lengua normal, la de los demás es exageradamente grande.

                                                                              Relato a petición de mi prima Maribel.





martes, 16 de julio de 2013

Arroz con verduras




Desde el uno de abril estoy recorriendo nuevos caminos - andar siempre me gustó - son rutas previstas, con dificultades marcadas  que superar entre el lunes y el domingo y, a fuerza de pasos te conviertes en peregrino.  Pero en un viaje, aunque sea buscado, siempre surgen imprevistos, pequeños detalles. En este la dificultad de la cocina de a uno,  la caducidad láctea y la previsión espontanea de la cena me han sorprendido.
Mis hermanas, para disimular mi torpeza culinaria, me han regalado dos cuadernos con donación generosa  de recetas.
A la primera que me enfrenté fue a las lentejas, pero sin saber por qué, aún no me he atrevido a sacar el pimentón de su bolsita de plástico. La segunda fue arroz con verduras y pollo, llegaban invitados con los que comparto corazón y sangre, y no tuve más remedio que encender fogones y esperanzas.
Abro el cuaderno de mi hermana Carmen, sin quitarle la cuchara de madera, y leo ingredientes y elaboración, un par de veces, pero me atranco en un renglón...

- Echar un poco de color
- Después añadir el amor

Lo vuelvo a leer, ¿qué me quiere decir con añadir el amor? . Son recetas con cariño y advertencias.
"¡Cuidado se pegan!" "por mucho que lo intentes no te saldrán como a tu madre"...

Reflexiono, debe ser "al amor de la lumbre", como no tengo ni vitrocerámica ni cocina de inducción, tal vez sea una referencia a eso. O tal vez me querrá decir que lo tengo que hacer despacio, sería un comentario más evidente, cocinarlo poco a poco. No sé.

- Después añadir el amor.

¿Estaría pensando mi hermana en otra cosa y se le fue esta especia?

- Después añadir el amor.

Será algo evidente en lo que no caigo.

- Después añadir el amor.

Pienso en llamarla por teléfono y que me lo aclaré, pero estoy seguro que le dará la risa y me dirá que soy un despiste (lleva razón). Voy a volverlo a leer.

- Después añadir el amor.

¡Qué no lo veo! No hay forma.

Cuando cojo el teléfono mientras sigo escrutando el enigma me doy cuenta de lo evidente...

- Después añadir el arroz.

Lo sé, lo sé. No quiero risas, ni comentarios. Al final lo importante es que los comensales dejaron los platos limpios.



                                                                                       (un pequeño regalo para mi hermana Carmen)









martes, 9 de julio de 2013


- Hola hija, ¡qué calor hace!
- Hola papi, sí, un calor como si te abrazaran.

Una curiosa forma de medir. Llevo una semana soñando con estas pocas palabras, imaginado otras unidades, intentando formar una nuevo mapa de España con isobaras en esperanto.
 Hoy el sueño se ha mudado en desvelo y por eso escribo a estas horas de luna, para volver a soñar lo antes posible, antes de las siete, de que saque el extracto de la cuenta corriente y anote los últimos desequilibrios.

- Hija, y si del calor salen abrazos, del frío tardes de salón, ¿y de la distancia? ¿días de tren? ¿y de la soledad? ¿canciones tristes? ¿y la vida? ¿ se cuenta en fotografías? y  la felicidad ¿cómo la medimos?

Tengo que preguntárselo sin distraer la sonrisa del saludo.

p.d. ahora volveré a dormir.


miércoles, 26 de junio de 2013

Lo mejor de vivir en el cuarto derecha es atravesar, arriba y abajo, el parque. Encontrar a mis primeras horas de la mañana trozos de naturaleza - alas rotas, un resto de huevo azul, la sombra de un esmerejón - y respirar el humo celeste que guardo en las manos.
Siempre se escuchan a los pájaros, siempre, recuerdan a un grupo de jazz que trenza melodías al ritmo de la trompeta, distingo con claridad el zureo simbólico de las palomas  y los silbidos negros entre las hojas altas de verano.
Los perros son habituales, de toda clase social y republicanos, pero su naturaleza está medida, tampoco la conservan los pensamientos emigrados, ni la arena volcada con palas de media jornada. Los bancos sí la guardan, han echado raíces a fuerza de riego, charlas y besos. Los columpios también, con sus encadenadas alas de mariposa.
Así voy pasando y mirando, descubriendo nuevas ramas de gorriones,  mientras subo y bajo al cuarto derecha.





sábado, 22 de junio de 2013

Entra el aire frondoso por la puerta abierta del balcón, a ratos, caen rayos de luz, de uno en uno, lentos, solitarios, tibios.
La nubes sostenidas se reflejan en los cristales descuidados, el sol oculto por las cortinas alquiladas cae a su propio infinito.
No tengo más que decir, hay tardes sencillas con tonos grises en las que empieza a salir el sol y no hacen falta más sentimientos.

miércoles, 5 de junio de 2013





Me alegro cuando llego y el ascensor me está esperando abajo
- ahora llego de otra manera -
subo al cuarto derecha
en la cabeza me reinan números tristes y pobres
estrategias de espera y desamparo
entrevistas sin biografía
intimidades rotas sobre un papel
pasos débiles y paternales,
abro y cierro la puerta, callado,
y dejo de pensar,
tal vez por eso
que me espere el ascensor abajo
en ocasiones es suficiente.


domingo, 10 de marzo de 2013




Se llama Rubén, lleva sonotone en el oído derecho y el ojo izquierdo lo mueve blanco y vacío, lo perdió de un golpe de guerra. Tuvo suerte, se lo dijo el doctor Belmonte, la visión de un ojo se la pasó al otro. Y así va, sin querer recordar la nochebuena que atacaron a los nacionales en Teruel, con tanta nieve que algunos se calzaron zancos. A los espías, esa noche, los pillaron durmiendo. Pero los aviones alemanes volaban bajo y los ametrallaban. ¡Cuánto muerto, no quiero recordarlo!. Tenía entonces diecinueve años. Los piojos parecían cucarachas y nos pasábamos cuatro días sin probar bocado. Al final, comíamos carne de caballo cruda, sin encender fuego para evitar que nos bombardearan.  "Las ruedas" las conserva bien y todas las mañanas camina dando vueltas al barrio, cerca de donde trabajan sus hijos aunque, en ocasiones, se le olvida la profesión  que ejercen, descansa porque sí sabe que están bien colocados.

airoso marzo,
aventuras de guerra
en el llano.

Rubén, se ríe para terminar las frases y pensar. Bromea con su nombre. Dice que le llaman Rubén Darío, como a un gran poeta, y que su padre también escribía mucho, tanto como su hermano, que fue capitán de la guardia civil en Bilbao. Él lo colocó en una azucarera, allí dejó de pasar hambre. Bilbao por la noche, con los altos hornos, parecía que ardía. Pero la guerra sí que fue mala, ya quedan pocos de aquellos, y él sigue sin creérselo, después de todo lo que pasó y que vaya así de bien con noventa y siete años. Adiós y espero volver a verte y que sigamos igual de salud. Adiós Rubén.

domingo, 3 de marzo de 2013




Por entonces se caminaba por en medio de "las carrilás" para que no se desgastaran las suelas de cáñamo con el ladrillo de las aceras, la moda vestía con piezas nuevas en pantalones ajados y San Simplicio se honraba, mal que le pese a mi padre, el dos de marzo.  Por entonces,  los abuelillos  cumplían más de cien años con dieta de mojicones, para la mañana y, de dos huevos calentados en el amor del hornillo para el sueño. Y podían pisar - entre regañinas - la escalera de mármol recién fregada antes de encaminarse, cada día, a la homilía empinada de El Salvador. 

ochenta y siete,
mirando el calendario
en San Simplicio.

Los carros cruzaban sin molestar mientras los críos jugaban a las bolas y la vida no guardaba lagunas en los recuerdos. 
Entonces, el futuro olía a pan y madrugadas. 

lunes, 7 de enero de 2013



Mientras paseo y observo a los gorriones como vuelan en este  día de niebla y frío, he recordado una historia de mi niñez, una historia lejana y difusa.
Mis abuelos regentaban, en La Roda, la Fonda Oriental  - hoy es un geriátrico y de ella solo queda el nombre - estaba situada enfrente de la estación de trenes. En el primer piso se encontraban los dormitorios, dotados de  cama con colchón de lana, balcón, jarra de agua, percha de pie, aguamanil y escupidera. Estaban numeradas, diría yo,que del uno al doce. En la número seis, dormía y vivía mi bisabuela Isabel. Siempre que mi familia iba a la fonda subía a verla, solo atino a evocar de ella una cabeza blanca, manos huesudas y vejez cariñosa. Tal vez mi madre conserve alguna fotografía amarilla . El único recorrido que realizaba iba de la cama al sillón. Nunca la vi fuera del seis. Su habitación, aparte de lo común, albergaba una mesa pequeña con faldas y brasero. Daba a una gran ventana de un balcón de poco vuelo, se veía la explanada azul de la estación,  a los pasajeros que corrían y a los que regresaban y, naturalmente, se escuchaban los sonidos del tren. Sonidos que huelen a hogar.
Cuando llegaba hasta ella le daba un  beso y ella respondía con otro y un caramelo bien gordo.
- Me lo ha traído un pajarillo,  me repetía siempre, mientras señalaba un pequeño agujero situado en el cristal más alto para dejar claro por donde se colaba el mensajero.
Y un día, tal vez de frío y niebla como hoy, cuando subí a darle mi beso, infantil pero interesado, me encontré con que el pajarillo no había llegado y no había caramelo para el trueque.
-Tal vez como hace un día tan malo se haya retrasado, dijo mi bisabuela tratando de consolarme, mientras se arrebujaba con su toca negra.Y en ese justo instante... un gorrión pasó y salió como un rayo por el hueco del cristal dejando encima de la mesa una bolsita con los caramelos que tanto me gustaban.
-Por fin ha llegado. - murmuró con naturalidad mi bisabuela.
Deslió la bolsa y me dio mi caramelo gordo.
Sí, ya sé, hoy ya no suceden estás cosas y parece raro,  pero os prometo que lo vi, eso sí, ha transcurrido mucho tiempo desde que sucedió esta historia.
Tras  fallecer mi bisabuela, aún me pasé alguna vez  por el seis; por si había una bolsa de caramelos encima de la mesa.