El veintiocho de noviembre celebré mi jubilación.
Fueron muchos compañeros y compañeras - más de los que esperaba - a algunos los daba por seguro, otros me sorprendieron y también noté los silencios.
Hubo quienes participaron de una manera virtual como donantes y gentes de la AGHA que escribieron haikus en el libro de la jubilación . Les doy las gracias, con el mismo cariño.
Pero esto forma parte de la vida: gente que esperas y gente que llega.
Esa tarde fui feliz. Me llenó el corazón cada silla ocupada, cada abrazo acompañado.
Soy consciente que es más la generosidad de los compañeros que asistieron que el mérito de quien se va. Lo veo claro. El efecto de su generosidad fue la alegría y la ilusión. Y la tuve.
Hubo halagos laborales; una mezcla de caricias, ánimo y mentiras. Es sencillo reconocerlas.
Hubo sonrisas y esbozos de recuerdos; que te llenan.
Solamente esperaba y necesitaba -que después de tantos años - me dijeran que me querían o que me estimaban o que me apreciaban.
Es así. Así de infantil. Así de inseguro.
Y fue lo que entendí con la presencia de una banda de cuarenta compañeros; como cuarenta ladrones que llegan a una cueva cargados de regalos; me da igual si los hurtaron. Los poseo como propios para siempre.
Muchísimas gracias, de corazón.




