miércoles, 18 de enero de 2012

Manhatan



A las cuatro de la mañana despega un vuelo Madrid-Nueva York, no viajo para allá desde hace tiempo, en esta ocasión presiento que solo será para reconocer a los desprestigiados que duermen bajo sus puentes y conquistar la última moda, recién lavada, en el mercadillo de Chinatown.
Tomo un taxi que me abandona en Elizabeth  Street 10, allí compro ,en el primer puesto que paro, unos pantalones rotos-anchos y camisetas que  parecen cosidas en un entresuelo después, inevitablemente, regreso a los puentes que cruzan el Hudson y busco un banco en blanco y negro para ver comodamente la vida pero de otra manera. Por allí pagan peaje hombres derrotados, bebiendo directamente de una botella censurada y arrastrando en carritos robados los recuerdos que otros reciclan; cuando llega la noche se tapan, se ocultan, con la ironía de las noticias bursátiles.
Pero el Sol, ajeno a mi estado de ánimo, realiza su puesta en escena, cambiando de vestuario a cada minuto, pasando del brillo de las lentejuelas a la templanza de una capa de estrellas, inundando la ciudad con efectos especiales de purpurina infantil  y música  de cláxones y taconeos perdidos; precioso, espectacular, ¡lástima que no sepa inglés!.


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