viernes, 20 de abril de 2012




La enfermera vuelve a entrar rápida y silenciosa, han pasado ya tres horas desde el último control.
- ¿Cómo lleva la noche tu madre?- me pregunta. Solo atino a decir que bien, sin entrar en explicaciones de parentescos y cariños.
De muy niño lloraba porque quería la Luna, tartamudeaba con el pelo rubio y era mimado por dos madres, eso no se puede explicar a un desconocido si no tienes una copa en la mano. La vuelvo a mirar con una ternura desvalida. Me levanto para refrescarme la cara y seguir recordando, tras los cristales turbios del hospital, miro a los árboles, en un vaivén de viento y hojas como hipnotizan sueños necesarios.

Una vez que se solucionó el problema del matrimonio, lo demás fueron pasos administrativos de esperas, pólizas y recomendaciones, hasta solucionar la propiedad de la casa y enseres que la adornaban. Ahora quedaba por pagar la deuda de la contribución con el Ayuntamiento, pero la solución no trajo aventuras ni apenas lágrimas, solo alguna de agradecimiento y apuro, fue el propio  notario el que se ofreció en prestar  el dinero y se lo fueron devolviendo mes a mes hasta extinguir la deuda. Por eso mi tía cada vez que se acuerda de eso tiempos reza y bendice a  D. Luis.

El silencio vuelve cuando cesa el arrullo de los recuerdo, y oigo a mi tía hablar sin diferenciar las vocales de las consonates, pongo atención, parece que dice algo de su madre, y que mira en dirección a la puerta, como si emprezaran a nacerle ojos nuevos en las manos, unos escalofríos de leyendas me recorren, yo también dirijo la vista hacia la puerta de forma intuitiva y, afortunadamente, no veo nada. Los espíritus de la familia aún esperan prudentes.




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