lunes, 2 de octubre de 2017

Mendigos




Reparé en él por primera vez en la calle del Tinte, una letras escritas en inglés cartón y una barba blanca repleta -a modo de Walt Witman - le marcaban la ajenidad y lo pasajero; un bote petitorio y su mirada despistada completaban su hacienda.

Le calculo más de sesenta y cinco años, delgado como un buen mendigo, la cara y el pelo largo: limpios, blancos;  su camisa y pantalón va en días; hoy saturados de oficio.

La segunda vez que me fijé hablaba en alto para buscar desafíos - aunque nadie lo entiende - miraba deprisa entre las mesas, veraniegas y nocturnas,  de la calle Tejares.  Guardaba distancia de seguridad y seguía en su historia imaginada, subiendo y bajando.

Hoy, por tercera vez, lo he visto; ya no pienso que Albacete sea una parada de trance parece más un destino casual. Estaba sentado sobre una cama de piedra con sábanas de cartones. Cerca de él, aparcado en batería, un carrito de supermercado rebosante con sus cosas. Así quieto, no se nota si empieza o termina el día.

ropa manchada,
en la cabecera de cartón
tres libros.






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