martes, 11 de enero de 2022

 - He oído pasos.


Creo que ha sido mi madre quien lo ha dicho.

 Y de pronto... se va la luz. Toda la casa a oscuras, apenas se ven nuestras siluetas.

Todo el mundo calla con cierto nerviosismo y espera a que alguien se levante y  atine a dar los plomos.

Hace un rato en  la calle, casi llegando a casa de mis padres, mi sobrina María ha visto con total seguridad como se recortaban unas figuras cruzando la luna llena.

Es la hora de cenar y estamos todos entre el comedor y la cocina contigua: abuelos, padres, hijos y la tía Carmen; un total de once.

Los cuatro críos son los más inquietos. Los demás agudizamos el oído. Mi padre da por fin la luz y nos vemos la cara. Mi madre se adelanta a todos y, cruzando el pasillo vacío,   abre la puerta del salón con mucho cuidado; nota como entra una corriente de frío, la puerta de la terraza - que en invierno siempre está cerrada- se encuentra  abierta. 

- ¡Veo unas capas! –  grita mi madre. 

Nadie se marcha del  comedor, los chiquillos  remueven su inocencia cada vez más inquietos y le dan la mano o se abrazan a quien se encuentra más cerca.

La bandeja de mantecados, vacía; las copitas de anís, a medio beber. 

- ¡Vamos, venid todos!


papeles de regalo

tirados por el salón, 

noche de reyes





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