Tengo algunos clientes que prefieren que les atienda yo en lugar de mis estupendos compañeros; el motivo es claro: ya he visto sus lágrimas y cuitas en alguna ocasión y han roto el pudor de la confesión y la desgracia.
D., es de Albacete, la primera vez se desplazó a La Roda por premura, me dijo que volvería siempre allí, y en efecto, este jueves volvió.
D. es alto, más de 120 kg (me lo dijo) y llena la puerta, algo de barba rasposa, cara de penitente, sonríe con tristeza, con gafas algo desequilibradas, padre de una niña pequeña y viudo constante.
La vida se le ha desordenado desde que falleció su mujer, arrastra desánimo y pena sin mesura. Quiere retirarse de la vida, a una pequeña pedanía sin calles ni cables. Pero no puede, debe educar y no se atreve en medio del destierro.
Me cuenta que su madre murió siendo él joven; el año pasado fue su mujer, y teme la alegría por si la pena se da cuenta y ataca a su entorno de soledad. Me dice más cosas.
Agradece mis palabras de aliento - más la escucha y el entretenimiento - y se despide igual que vino, dejando un rastro de abandono que la gente percibe y aparta.
sol de invierno,
intercambiaba la vida
a su mujer
Espectacular!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Paco. Un abrazo.
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