Últimamente salgo a andar, no a pasear. Es muy diferente.
Me estoy preparando para un reto - junto a mi amigo Paco -que me emociona: ir de Sevilla a Santiago de Compostela por la Vía de la Plata, de albergues y con mochilas. Serán aproximadamente 37 etapas consecutivas.
Mediremos nuestras fuerzas y la voluntad. En algún tramo le pediremos ayuda al apóstol.
Andar implica un ritmo constante con atención al cronómetro y al kilómetro. También a las calorías y al objetivo señalado.
Pasear es otra cosa: ir mirando más allá de tu yo. Vagar en modo haiku. Asombrarte de los cambios regulares de la naturaleza; de dos ancianos cogidos de la mano sosteniendo el paso del tiempo; de los colores celestes; del viento frío que destempla con facilidad el ánimo. Siempre he sido un friolento.
Pues eso, que iba andando atléticamente, intentando caminar a menos de once minutos el kilómetro y me tropecé con el otoño.
Las hojas sazonadas de los cinamomos inundaban las aceras. La naturaleza amarilla y crujiente se bajó a las calles a ras de pies y pasos. El viento traía un olor otoñado y húmedo. La luz titila en el envés de los hojas de los álamos...
Ha sido un momento de parar y mirar.
Y sigo; miro el crono. Parece que este kilómetro va a ser más lento. Tengo que apretar el paso.
viento cardinal,
en las aceras cae
el otoño


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