martes, 10 de abril de 2012

Y SIGO...



Una vez que se habló de cómo pasó lo que pasó y que, el disgusto por la falta del sacramento, se mezcló con la preocupación por la propiedad, las tres mujeres pensaban en la misma dirección.
Mi abuela, una mujer valiente y decidida, la vida no la había amedrentado ni quitado la alegría, yo siempre la conocí con una sola pierna, con muletas larga, y  con risas; dijo:
- Nos vamos a ir a Peñascosa, allí se casaba entonces mucha gente de las aldeas de esa zona y tal vez conozca al párroco, que era muy buena gente.
En aquellos años un viaje de algo más de ochenta kilómetros se debía planear con prudencia y maletas. Primero había que ir en diligencia a Alcaraz, una carretera con una recta de casi treinta kilómetros y curvas el resto del viaje. De allí había que buscar un carro particular y caritativo.
Al final, traqueteadas y temerosas, se presentaron delante de la iglesia de San Miguel,-  que parece más una casona manchega con torre que una iglesia. Nada más entrar y tras cubrirse la cabeza, se arrodillaron a pedirle al arcángel. Mientras se encontraban esforzándose para que sus oraciones llegaran  a buen destino pasó por allí don Demetrio.
- ¡Fabiana!, ¿eres tú?. Ya me enteré lo de tu marido, y bueno, de tu accidente. Le dijo mientras miraba, solo de reojo,su pierna cortada.- Recé por su alma y por ti.
Se incorporaron, mi madre y mi tía, rápidamente para ayudar a levantarse a mi abuela. Me imagino la estampa. Cansadas del viaje caluroso, con cara de preocupación y mi abuela sosteniéndose sobre sus  muletas.
Hubo silencio, no acertaban a decir nada.
- ¿Y que os trae por aquí?-
- ¡Ay, don Demetrio!, ¡Qué gozo encontrarlo a usted!. Tenemos un problema muy grande ...
Cuenta mi tía, que parece mentira con lo poco leía que era mi abuela, y lo bien que se explicó entre verdades y penas repetidas. El caso es que el sacerdote, posiblemente apiadado por el esfuerzo del relato y la presencia, sin querer saber más de lo necesario, cortó el relato y dijo:
- ¿ Te acuerdas de don Nicolás?. Nos ha pasado en varias ocasiones, apuntaba los matrimonios en la columna de la sacristía con lapicero y después no los inscribía. No lloréis más - no hace falta decir que mientras mi abuela contaba su historia, mi madre y mi tía, emocionadas o admiradas, derramaban alguna lágrima. - Dadme todos los datos y  dentro de una semana os mando el certificado de matrimonio.
Cuando lo cuenta mi tía, ya con humor, dice :
- Tu abuela al oír aquello le flaquearon las fuerzas y se soltó una culá" contra el suelo, pero al caerse, de los propios nervios se echó a reír,  con una risa contagiosa que ni don Demetrio  se pudo aguantar.



2 comentarios:

  1. Bueno , la cosa está que arde y veo que deshaces a la perfección los líos en que te metes; un día con unas cañas te contaré historias del cura de Peñascosa, bueno no del actual...uno de antes, como el que casó de pronto a tu abuela...Besos

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