sábado, 2 de agosto de 2014



Su marido se fue temprano, este fin de semana libraba de cafetería y se iba a Jerez con su moto reciente. Lola, Loli para su familia y algún espíritu en forma de niña, optó este año por esperar. Escuchaba como se preparaba el café y se mudaba a motero, respetando el pacto de ausencia de enfado, pero tampoco le salía la sonrisa en el guiño de los ojos.
Agustín entra al dormitorio para darle el beso de despedida, ese que te da o te quita remordimiento, la ve de espaldas, el cabello rubio y las uñas bicolor contrastan con la sábanas nuevas. Se acerca y, reclinándose con la rodilla apoyada en la cama, la besa suave y despacio, suficiente para no obligar al despertar - si no quiere-.
A Lola no le agrada la soledad de viernes a domingo, una soledad de disgusto gastado. Oye la puerta como se cierra dejando un suspiro por el pasillo. Es todavía de noche, aunque no tiene sueño no se levanta, es demasiado temprano para todo.  Mira por la ventana los destellos de las luces nocturnas y nota el silencio. Pero, un chasquido le hace prestar atención, escucha unos pasos en el pasillo, no ha sentido la llave, ni el abre/cierra de la puerta. Llama a su marido con voz limitada y desentonada. Son unos pasos apagados, sin disimulo pero sin eco, como si anduvieran cerca y lejos simultanemente.  La piel es la primera en intuir, se eriza, se prepara, un escalofrío hace que se arrebuje sin dejar de sujetar la almohada.
No es la primera vez, le viene la herencia de madre y padre.
Los pasos cesan. Ahora siente que la observan, la nuca está desprotegida. Cierra los ojos apretando los temores  y nota el corazón como se acelera, como golpea, casi en la garganta. Sigue quieta, más quieta.
Algo/alguien comienza a moverse. Se acerca, se tumba en la cama.  Solo piensa en no sentir el abrazo.
No hay nadie, no hay nadie, no hay nadie. Repite la letanía.
Pasa el tiempo, con esa lentitud eterna que se pronostica en el purgartorio.
Sabe que debe volverse, que se ha enfrentado en otras ocasiones a sensaciones similares y la única forma de poner el final es mirar cara a cara, de buscar otros ojos.  Pero en esta ocasión la presunción es mas fuerte y fría. ¿y si hoy es de otra manera?
A su padre tampoco le gusta ver sombras, es un destino del que no predica, pero lo acepta. Se promete en  contar de diez a cero y se vuelve.
Diez, nueve, ocho, respira, siete, seis, cinco, nota la mirada, cuatro, tres, sabe que está cerca, dos, uno... yaaaa.
Nadie.
Lo sabia.
Se levanta de un salto. Sin saber por qué  abre las ventanas y se escapa una ráfaga de aire.
No ha sido nada. Se toma un té y una tostada en la cocina, sin sentarse.
Alguien ha venido otra vez,¿ para qué engañarse?. Posiblemente en la  próxima  ocasión encuentre sus ojos.




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