domingo, 28 de julio de 2019
Por la mañana del sábado, ya de vuelta del Mercado de Villacerrada; dos bolsas: una con caracoles pequeños y otra con unos filetes de secreto adobado y panceta tierna. Sin pretenderlo miras a la gente con la que te cruzas con cierto desdén y superioridad. El día se presenta con hambres ya saciadas.
En la calle Mayor un señor de unos sesenta años anda recto y torcido, simultáneamente. Los pies le encaminan hacia el norte el cuerpo al este, la cara es seria sin desnorte y parece que sabe a donde va, alguna parte de él.
Detrás camina otro de más edad, con traje clásico, arrugas en los ojos y un pendiente; una cruz latina en plata cuelga - o baila - de su oreja grande, rompiendo la desarmonía del traje.
El tercero va de un blanco lento: zapatos, pantalón, americana y un sombrero de ala ancha, ancha. La camisa resalta en verde pistacho, la corbata blanco roto y un bastón con la cabeza amarfilada de algún animal. Va con las comisuras desdentadas y mordiendo el aire en cada paso. Noventa años puede ser que los llene y la cara afilada, diría, que es el regocijo de los últimos paseos.
Mercado de Villacerrada,
el del puesto sin gente
mira a los que pasan
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