lunes, 20 de julio de 2020



Fui a por un par de mascarillas de tela, las inventan en la Cajita de Papel, un pequeño comercio mitad físico mitad en el aire. Tal vez llegué pronto sobre el horario de cristal que se veía desde la acera. Y distraje la espera recorriendo las calles por las que caminaba de crío para ir al colegio, calles que se van haciendo viejas, cuarteándose las  paredes blancas y los balcones perdiendo suelo; aguantan las portadas macizas, claveteadas y asolanadas.

En una de esas casas me entretuve viendo como los pájaros salían volando en bandadas de fiesta y trinos; el tejado mitad hundido mitad dando cobijo,  se sostiene apoyado en las ramas avigadas de algún árbol enraizado en el salón principal.

Continuo pasando por delante de  la puerta invisible de unos familiares  de los que muy tarde aprendí el parentesco; tal vez porque siempre sonreían entre palabras cariñosas y gestos dulces y no necesitaba saber más.

De otra casona de por allí me comentaron, ya hace años, que vivía una bruja, Así recuerdo la historia y así la dejo. Murmuraban que algunas personas que se acercaban notaban angustia en el estómago y se alejaban a toda prisa. Sus paredes se van encorvando como la vida y las palabras.

De vuelta a la Cajita de Papel compro una mascarilla de lunares y otra de cactus para mí.




por el tejado hundido
revuelan los pájaros,
la calle en cuesta




No hay comentarios:

Publicar un comentario