El sol pendulaba entre nubes grises iluminando, a ratos, parcelas del paraje: un suave centelleo llama mi atención.
La senda donde reposa la luz se encuentra equidistante entre un campo de fútbol y una casa con pintadas abandonadas.
¿Cuál es la historia de un tenedor partido y un cuchillo doblado a la orilla del camino?
Tal vez sea la consecuencia de alguna merienda que se programó con desazón y despedida; tal vez la transformación de un momento, del sosiego previsto a la furia; tal vez la dejadez del azar y la fuerza del viento; tal vez...
Una hilera de pequeñas hormigas, en constante ida y vuelta, marca el abandono de los cubiertos y los restos milimétricos de comida. Recorren el filo aserrado con agilidad de funambulista y desdén; se entretienen en el lomo de la hoja y regresan pasando por la virola y el mango hasta engancharse a un tallo tronchado que roza con el remache. Solo les resta tomar, en fila ordenada, regreso a su hormiguero.
El cuchillo conserva la estética de los jarrones rotos, de los objetos con cicatriz. Existe armonía en la imagen: tenedor, cuchillo, hormigas y pequeñas flores amarillas en la ribera del camino.
En ocasiones la naturaleza integra los arañazos y los abandonos en un paisaje; como si tuviera un alma misericorde.
nubes rotas,
reluce en la ribera
la hoja del cuchillo
(Este escrito ha tenido la fortuna de recibir una mención especial en el 7º Concurso internacional de haibun "Albacete, ciudad de la cuchillería.)
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