Hay calles que las recuerdo de crío y pasas hoy, solo 50 años después, y son las mismas porque no has dejado de pisarlas; la paradoja del barco de Teseo aplicada a mi pueblo.
Algunas, afortunadamente, conservan el nombre y los apellidos, otras hasta parecen cambiar a género fluido o no binario y esas cosas que sigo sin entender. Se disfrazan de calles semipeatonales; con aceras anchas o sin aceras; zonas azul, verde o roja; bancos arcoíris; con pasos accesibles; con recomendaciones de mirar antes de cruzar.
En el Paseo de la Estación he dejado colillas, pipas y palabras subiendo y bajando con mis amigos: Paco, Juan Ángel, Juan Antonio ...
Desde el monolito a los caídos en la guerra del Rif hasta la Fonda Oriental de mis abuelos.
Ese paseo lo recuerdo también con sus gentes en la puerta, esperando el paso del tiempo: la familia de Gloria; unos hermanos muy altos y desgarbado; el practicante y familia; los Jotita en la esquina; un camionero con su hijo salesiano; al otro lado, un extraño profesor de guitarra y su mujer médium; creo que un almacén de mármoles y al cruzar una carpintería "San José obrero" y la vivienda de los Ratillas.
Las casas siguen cayendo y creciendo, cambiando y, dudo sobre si la verdad de la vida fue aquella de hace 50 años o es esta.
En ocasiones echo en falta las casas de adobe y los paseos, y a mi padre (ayer también conté un dicho suyo) y a mis primos, a la familia de antes; como si a la vida de hoy le hubiesen cambiado el nombre y cada vela.
todos los santos,
claveles y rosas con olor
a recuerdo
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