jueves, 5 de marzo de 2015

BAR-CO

Resultado de imagen de bar que da miedo

En el  BAR-CO se mezclaban el olor del ajillo de las gambas y el espectáculo que daba un colorín que subía a cubos el agua cuando le llegaba la sed, todo parecía natural, con un encanto triste, igual que el piano apagado de siempre.
Los hijos de Barco vivían entre las mesas sin molestar a nadie, se aprendían los últimos ministros de Franco con la misma facilidad que el jardinero municipal se sabía la alineación del Athletic de Bilbao y se los repetían a los clientes habituales con la música de la  la tabla de multiplicar - algo les pasó porque ninguno salió nunca de entre las mesas -.
Un domingo, después de misa de doce, andaba con mi familia sentado en el lugar más apartado para no molestar la soledad de bar y entró Cadenas, Cadenas era un tipo con antecedentes de  facineroso y muy alto para los sitios que frecuentaba, si lo mirabas mucho era fácil que tuvieras una taquicardia o te sangrara la nariz. Sin despegar los labios se pidió y se bebió un chato, después reclamó fuego y el camarero le obsequió también con un Ducados para que tuviera algo que quemar. Se notaba que estaba esperando, miraba el reloj y la entrada con desafío. Al tercer chato, por la puerta  y sin prisa, entro una rubia bien despeinada, guapa, con un vestido muy ceñido a los recuerdos, mirando de frente y taconeando de un solo pie. La forma de saludar fue pidiéndole un chato al camarero con una voz dulcemente áspera y clavándole los ojos al facineroso como si fueran dos abogados especialistas en divorcios.
Cadenas cambió la cara y la compostura, lanzó una mirada al bar y pensó que no merecía la pena el riesgo del disimular ante un público tan mediocre y se amilanó sin remilgos.
Al poco se fue acercando a ella con la misma cautela que guardas al acariciar un león - contuvimos la respiración y los movimiento - la cogió suavemente del brazo y los dos salieron, lentos, dejándose mirar, y  sin manchar con sangre su huida.

Hasta el pájaro trinó cuando los dos se fueron del bar. Las gambas se habían quedado frías y mi padre se encendió un cigarrillo para poder respirar.

- ¡Son buenos clientes! - dijo el camarero mientras nos obsequiaba con  el cambio.

Desde entonces los domingos, después de misa de doce, mi madre prepara las gambas al ajillo en casa.


3 comentarios:

  1. Muy buen relato. Destila aroma y sabor a Jose Luis Alvite.
    Gracias por compartir.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Muchas gracias, ¡lo has clavado!. Me parecía presuntuoso decir que era un pequeño homenaje a Alvite por el libro que estoy leyendo "Almas del siete largo". Un abrazo

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