martes, 7 de abril de 2020



En tiempos del virus de Wuhan y decretos de confinamiento, se circula en coche por las calles de Albacete con la tranquilidad de un domingo de otoño.

Ayer me dirigía a una farmacia, algo alejada del domicilio, que nos vendía tres mascarillas muy sencillas  a un precio de siete euros. El caso es que conducía tranquilo, escuchando alguna noticia y, como sucede en muchas ocasiones, un grupo de palomas picoteaba en medio de la calle una comida invisible a mis ojos, me iba acercando a ellas a una velocidad normal, no a más de los cuarenta kilómetros reglados, y no frené, porque las palomas ya están empadronadas y son albaceteñas en varias generaciones y conocen las normas de tráfico.  Y levantaron el vuelo apurando, apurando demasiado y escuche "un cloc". Una se confió.

No me produce ninguna congoja especial ese hecho, pero en fin.

A la vuelta, con la sensación de que la farmacéutica era una atracadora licenciada, tomé otro recorrido para ir a casa. Y me encontré con otra bandada de palomas, y en esta ocasión frené ligeramente para no oír otra vez un  cloc que llevaba muy reciente en la memoria; pero escuché otro sonido que no esperaba, un pitido fuerte de un claxon;  un todoterreno adelantó a un bus urbano muy ajustado, y mi frenada palomera forzó aún más la maniobra.

No pasó nada. Al rato, cada vehículo siguió  por una calle.

En fin, si vuelvo a por mascarillas  espero que las palomas espabilen.

las palomas
levantan el vuelo
confiadas.






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