En el paseo de la estación aún se siente la humedad de la tormenta que cayó hace unos días, a pesar de que apenas si queda tierra visible, solamente en los alcorques que delimitan a los tilos y aligustres.
Las hojas se encuentran en su transición marchita, fluyendo del verde al seco marrón. Entre estos dos colores, como principio y fin, se encuentran el ocre y el dorado. Es un dorado que refleja el sol y lo convierte en algo más específico, pasa de estar esparcido en el aire a ser un rayo definido, que apunta, que acota su infinito: de ser una nube a ser gota.
En ese atardecer camino, apenas son las cinco menos algo - hoy me he quedado dormido en el sillón de mi padre - ando dirección oeste y debo bajar la mirada.
relumbran
las hojas de los tilos,
hacia el poniente
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