viernes, 13 de noviembre de 2020

Un recuerdo I





 La llamada fue inesperada, tanto por el tiempo que llevábamos sin hablar como porque Paco nunca me telefonea. Si se quiere poner en contacto me escribe por el messenger de Facebook. Y, lo que sucede en estos casos, el pensamiento va encaminado al drama. Pero no, solamente quería quedar a dar una paseo y charlar. Que, sinceramente, me siguió pareciendo extraño. Creo que no hemos  vuelto a conversar en modo paseo desde que los dos fumábamos ducados, así es que, seguí dramatizando y lo que me venía más a mano fue que se iba a separar. Ya sabemos, si vas a hacer obras en casa preguntas a los amigos por si les gustaron sus albañiles. Quedamos para el sábado a las cinco.

Ya nadie vaguea en otoño por el paseo de la estación, todos van y vuelven con destino fijado en el navegador. Los tilos no se encuentran en su mejor momento. Desmochados por la copa y con hojas tristes por la base más campanuda. Es una imagen desolada y poco simétrica. 

Le pregunté un poco por su vida, Paco es médico y ya sabemos... la fluctuación empinada de la pandemia, de los contagios y de las misas de difuntos. De lo que procuré no hablar es de política, él tomó su camino con la primera barba y lo ve todo con la seguridad de un político de los ochenta, con su forma retrospectiva de vivir;  yo camino con más chascos y asombros y dudas, tal vez, las de siempre.

Llegamos a la punta del paseo y todo era un preludio entretenido. Cuando giramos los pasos me preguntó por ML. ML era una chica que iba a dos cursos menos que nosotros cuando estudiábamos en el instituto, pelirroja, con rizos recogidos la mayoría de las veces, pero que en fiestas los dejaba asalvajarse hasta la segunda vértebra lumbar.

Claro que la recuerdo, le dije, estuviste pillado por ella, sonreímos porque en un segundo el corazón nos volvió a latir inexperto y joven.

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